González y Maduro: de la casta a la marea

OPINIÓN

11 jun 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Si tuviésemos que describir la dramática visita de Felipe González a Caracas, usando la terminología de moda, Maduro sería una marea y González pura casta. No quiero comparar, porque la enorme distancia que media entre Venezuela y España haría injusta cualquier conclusión. Solo trato de advertir que en política suele suceder que, mientras lo nuevo se queda rancio, lo viejo florece como los cerezos del Jerte. Y eso es lo que vimos en esta visita: que mientras Maduro se muestra como un autoritario del siglo XIX, González brilla como un defensor de la libertad, que nos llena de orgullo y da prestigio a su patria. Veamos la explicación.

Maduro es marea porque viene del movimiento suprapartidista de Hugo Chávez, y porque tiene hilo directo con el pueblo sin necesidad de instituciones intermedias. Precisamente por eso, porque es y se siente marea, interpreta la ley y la Constitución al servicio de la revolución bolivariana, ejerce su poder en asambleas callejeras y defiende a la gente por encima de las leyes, las instituciones y las convenciones políticas y sociales. Y, en aras de esa defensa radical del pueblo, no duda en blindar su poder personal a costa de lo que sea, valiéndose de la crisis económica, de la persecución contra sus adversarios y de la identificación de su marea con la patria. Por eso, en vez de ser un demócrata, es, usando la expresión de Bourdieu, un demólatra, que desprecia al pueblo en la misma medida en que parece adularlo.

González es, en cambio, casta pura. Organizador y jefe de un partido clásico, miembro de corrientes y alianzas políticas internacionales, impulsor de la unidad europea y leal defensor de la Constitución, las leyes y los convenios internacionales. Pero también fue colega y compinche de Carlos Andrés Pérez, disfrutó de la cálida amistad de los magnates más importantes del mundo, usó sin ningún rubor las puertas giratorias, y se instaló con ventaja entre las élites políticas, sociales y económicas surgidas de la Transición y aferradas al control de todos los poderes reales e instrumentales que operan en España.

Y ahí está la gracia comparativa. Porque al ver juntos a Nicolás Maduro y a Felipe González, Maduro tiene todas las trazas de un decimonónico autoritario, que arrastra a su país hacia el caos económico y la dictadura política, mientras González tiene la estampa de líder mundial, prócer de la libertad y del orden económico y político, que conserva intacta la frescura de su estética izquierdista. Porque mientras maduro rompió con los sistemas y las castas, González juega de lleno en el marco institucional -de momento insustituible- de las democracias liberales. Por eso dijo Goethe que es preferible la injusticia al desorden. Porque, diciendo lo mismo en forma de sentencia, no cabe mayor injusticia que la que brota del desorden.