Luquete

Francisco Ríos Álvarez
Francisco Ríos LA MIRADA EN LA LENGUA

OPINIÓN

30 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

El español tiene más recursos de los que imaginamos. Muchas veces describimos con varias palabras cosas y acciones para las que existe un nombre. Es el caso de luquete, voz que últimamente se intenta recuperar. Hasta se ha detectado algún movimiento en ese sentido en las redes sociales.

Luquete tiene tres acepciones, aunque es solo con una de ellas con la que podrían emplearlo la inmensa mayoría de los hablantes. En arquitectura, dice el Diccionario, es el 'casquete esférico que cierra la bóveda baída'. En este caso parece proceder del italiano lucchetto, 'candado'. Luquete nos llega también desde el árabe hispano, de una palabra cuyos componentes significan 'mecha' y 'combustible'. Este luquete era una cerilla grande de azufre y -aquí está su posible utilidad pública- la 'rodaja de limón o naranja...'. La definición del Diccionario, antigua, añade: «... que se echa en el vino para que tome de ella sabor». Es evidente que actualmente los luquetes se utilizan más con algunos refrescos, infusiones y combinados que con vino, sobre todo si este merece el nombre de tal.

Luquete se emplea al menos desde el siglo XVI. Lo usaron Cervantes y Quevedo. Aparece en sus obras, y probablemente también estuvo en sus bebidas. Dice el segundo en Al mosquito del vino: «Mota borracha, golosa, / de sorbos ave luquete: / mosco irlandés del sorbete, / y del vino mariposa. / De cuba rana vinosa, / liendre del tufo más fino, / y de la miel del tocino / abeja, zupia mosquito: / yo te bebo, y me desquito / lo que me bebes de vino».

En su Theatro crítico universal (1733), donde habla de la «impenetrabilidad de el vidro respecto de los licores», el padre Feijoo nos recuerda un «error comuníssimo, originado de consultar con poca reflexión la experiencia. Ordinariamente se cree que el zumo de la cáscara de el limón penetra el vidro, fundándose esta persuasión en que exprimiendo el luquete sobre su superficie externa, se percibe después por el paladar en el licor contenido». El ilustre ilustrado ourensano descubre las razones del error: «Al exprimir el luquete, algunas partículas de el zumo llegan al borde de el vaso, o mui cerca de él, en aquella parte donde después se aplica el labio para beber; assí el paladar percibe el gusto de el zumo que chupa en el borde de el vaso, y la razón engañada juzga que está en el mismo licor».

Todo esto trae a nuestra memoria debates sobre cómo utilizar el luquete en el gin tonic, al que sí le va bien aromatizarlo con la cáscara del limón. A propósito del popular cóctel que la moda anima a enriquecer con botánicos: tras un reciente artículo a él dedicado, un amable lector nos cuenta su enriquecedora experiencia: «Me lie a ponerle cosas al gin tonic y me salieron unas lentejas buenísimas...».

Que aproveche.