A la altura de los grandes descubrimientos de la humanidad, la andaluza Susana Díaz acaba de dar un aldabonazo en nuestras vidas tanto como cuando el hombre descubrió el fuego. «Si todos queremos, acabaremos con la corrupción. Y si todos hacemos lo que debemos hacer, acabaremos con la corrupción», dijo la aspirante a la Junta de los ERE.
Como titular de prensa, Susana lo ha niquelado; imposible estar más acertada. Pero nada más que eso, porque ella es la primera que sabe que nadie, ni la propia Susana, va a dar un paso para acabar con la porquería que a día de hoy nos invade. Todos sabemos cómo se acaba con la corrupción y esperamos que se pongan manos a la obra, pero nadie está interesado en ello. Y así llevamos años.
Lo dijimos cientos de veces, pero por repetirlo, que no quede. Con la corrupción no se acaba incluyendo imputados en las candidaturas, defendiendo a los corruptos, hablando de casos aislados y martilleando los discos duros. Es incoherente disculpar la Pokémon, la Gürtel o los ERE y al tiempo decir que se tiene la voluntad de acabar con los corruptos.
Claro que es sencillo acabar con la corrupción, pero luego vendrán los problemas. A ver quién financia las campañas electorales, las obras de las sedes, los sobresueldos y la colocación de los camaradas y de sus familias. La corrupción es un negocio de las élites dirigentes que nos lleva cada año 40.000 millones de nuestros sueños. Y Susana sabe, como usted y como yo, que es un pastel demasiado apetitoso para despreciarlo.