Es ya un clásico en política cargar a un tercero las culpas de la incompetencia propia. Es, especialmente, la estrategia habitual de los dictadores, que ante la falta de legitimidad política intentan afianzarse en el poder inventándose una amenaza externa para forzar un cierre de filas interno. Maduro es solo la última muestra de los múltiples ejemplos que pueden rastrearse en la historia. Presidente de Venezuela gracias a unas elecciones que nadie pondría como modelo democrático, ha conseguido el más difícil: hundir en la miseria a la población de uno de los países más ricos en recursos naturales. Para desviar la atención, primero intentó silenciar la crítica interna encarcelando a los opositores. Y como no le bastó, se buscó un enemigo externo: España. Su retórica anticolonialista ya no cuela. Ni son admisibles sus insultos, amenazas y bravuconadas. Por eso, el Gobierno ha de responder con firmeza. Pero también con templanza, para no dejarse enredar en la espiral de tensión con la que Maduro intenta reforzarse.