TTIP: un Gobierno de las multinacionales

Manuel Lago
Manuel Lago EN CONSTRUCCIÓN

OPINIÓN

17 abr 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace ya varias décadas, pero de forma especial desde el estallido de esta crisis/estafa que es la Gran Recesión, se extiende entre la ciudadanía europea la percepción de un creciente deterioro de la calidad de la democracia. La idea, casi sagrada, de que somos los ciudadanos con nuestro voto los que decidimos el presente y el futuro de los países empieza a parecer un pensamiento algo más que ingenuo.

Y con la democracia también se ha deteriorado el bienestar, con un grave retroceso de las condiciones de trabajo y de vida de la mayoría social provocado por las políticas de austeridad y de recortes aplicadas por los Gobiernos nacionales pero decididas en realidad por poderes no elegidos democráticamente, como el que representa la troika.

En el trasfondo de esta regresión social y democrática está el permanente conflicto entre el poder económico y el poder político, entre el Estado y el mercado, que atraviesa la historia del capitalismo y que con la globalización se inclina peligrosamente hacia los intereses del capital. Ante la internacionalización desregulada de la actividad económica y, sobre todo, el poder de las grandes corporaciones, los límites de los Estados se han quedado pequeños y los Gobiernos son incapaces de resistirse a las imposiciones de las multinacionales.

En este escenario preocupante ya de por sí, el Tratado Trasatlántico de Comercio e Inversión (TTIP) que se está negociando entre EE.UU. y la Unión Europea se convierte en una grave amenaza. Porque el TTIP no busca un acuerdo para aumentar los intercambios comerciales entre las dos áreas, sino que es un instrumento del poder económico para inclinar a su favor, todavía más, una relación que ya es muy desequilibrada.

El TTIP no tiene como finalidad reducir los aranceles que al gravar las importaciones dificultan el comercio entre países, entre otras cosas porque ya son muy bajos entre EE.UU y la UE. El objetivo real y explícito es la desregulación, esto es, acabar con las normativas legales que regulan y protegen los derechos laborales, los servicios públicos, el medio ambiente o la seguridad alimentaria por poner algunos ejemplos.

En las últimas tres décadas, desde la hegemonía política e ideológica del neoliberalismo al calor de los triunfos electorales de Reagan y Thatcher, el sueño del capitalismo es barrer con toda la arquitectura institucional creada por la movilización democrática de la gente para construir un contrapoder para ampliar y proteger sus derechos. Y eso es lo que ahora está en grave riesgo, porque el TTIP ni siquiera es la expresión de un nuevo imperialismo estadounidense sobre Europa. Es otra cosa mucho peor: es el intento de afianzar al extremo el dominio de los grandes intereses económicos y financieros sobre la ciudadanía, la de aquí y la del otro lado del Atlántico.

Lo que se quiere es establecer una especie de Gobierno de las corporaciones multinacionales desde el que se tomen las decisiones más relevantes, convirtiendo la democracia en un régimen formal que tendría como consecuencia una sociedad más desigual y más injusta. Aún está en nuestras manos impedirlo antes de que sea demasiado tarde.