Sí se les entiende

OPINIÓN

31 dic 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

El año que acaba será difícil de olvidar porque se ha producido el relevo en la jefatura del Estado, abdicando el rey Juan Carlos en su hijo Felipe VI, y ha muerto el primer presidente constitucional, Adolfo Suárez. Los dos protagonistas de la generación del entendimiento, del gran proyecto colectivo de la España democrática actual, han dejado la escena.

Y en este 2014, en el que también se ha conmemorado el centenario de la Primera Guerra Mundial, los fenómenos del nacionalismo y del populismo que la hicieron posible nos han resultado a los españoles cercanos y preocupantes. De ahí que en Madrid se hayan celebrado más conferencias, debates, ponencias y mesas redondas sobre Cataluña que en los últimos cuarenta años. Académicos, catedráticos, políticos, periodistas, economistas han disertado en varios púlpitos: Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Congreso de los Diputados, Centro Cultural Blanquerna, Club Siglo XXI, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Círculo Catalán, palacio de Buenavista (Cuartel General del Ejército), Círculo de Bellas Artes, Asociación de Periodistas Europeos.

Desde estos estrados se han escuchado relatos, hechos y acontecimientos históricos; efemérides, lances y anécdotas. Y cuando en los coloquios posteriores se terminaban los argumentos, algún partidario de la independencia pronunciaba la socorrida frase: «Es que no nos entienden». Y como dice el profesor Hisrsfield en Ziegen in der garage, «de esa base suelen partir los nacionalismos y los integrismos religiosos para construir su verdad y exigir su singularidad».

¿Qué es lo que hay que entender? Desde el 17 de enero de 1641, hasta el 6 de octubre de 1934, pasando por el 21 de febrero de 1873 y el 14 de abril de 1931, la historia y los hechos son tozudos y resaltan lo mismo: incumplimiento de la legalidad, traiciones, construcción de un relato falso e intereses de minorías frente a mayorías. A los independentistas se les entiende bien, prístinamente: construyen un relato, excitan sentimientos, incumplen leyes, hacen oídos sordos a determinadas sentencias, montan una urdimbre laberíntica ilegal y exigen una solución a la medida de sus pretensiones, que no son las del pueblo que dicen defender sino las de ellos y sus benefactores. Por eso «aplicar la ley a quien quiere violarla suele resultar muy pedagógico», a juicio de Fernando Savater, ya que el silencio ante la mentira es tan letal como la propia mentira.

La Constitución pide enmiendas, pero no reformas, y para ellas es necesario que los partidos respeten el orden constituido y pacten previamente, como siempre se ha hecho en Estados Unidos, que ha enmendado 27 veces su Constitución en más de 200 años, pero que ninguna vez la ha reformado. Sin embargo, lo que vemos en España ante un problema de tanta envergadura como el catalán es que, haga lo que haga, el Gobierno yerra. Si toma medidas, exacerba al nacionalismo. Si no las toma, es un calzonazos. Sin querella de la fiscalía era un don Tancredo, con ella el fiscal general era un pelele. Si no adopta decisiones, desprotege a los catalanes que se sienten españoles. Y si las adopta convierte en mártir a Artur Mas. ¡Qué difíciles somos! Volvamos a los pactos.