Que se pare el mundo, tiramos la toalla

Ventura Pérez Mariño PUNTO DE ENCUENTRO

OPINIÓN

10 nov 2014 . Actualizado a las 05:00 h.

Mis inexistentes conocimientos boxísticos comprenden el desconocer de dónde ha salido la práctica de tirar la toalla cuando se desea acabar con la sangría que esta sufriendo un boxeador. Ya no hay nada que hacer y el entrenador, muy a su pesar, debe parar el combate.

Pues bien, la locución ha pasado del boxeo al lenguaje común y se usa no solo cuando se produce una derrota, sino cuando además se ha perdido la esperanza. Nosotros, como pueblo, hemos tirado la toalla. Nosotros, pueblo sureño, de buen clima y de natural optimista, aceptábamos de buen grado que nuestros políticos tuviesen sus aventurillas de tapadillo o se enfrentasen a la autoridad con el «no sabe usted con quién habla», pero no estábamos preparados para aceptar la irrupción masiva de políticos corruptos. Se nos cae el palo del sombrajo al ver a doctos ciudadanos, hasta ayer queridos mayoritariamente por su moralidad, hoy escondidos, traspasando el umbral de las puertas del Juzgado; cuando no vocingleros, justificando lo que es imposible de justificar: el dinero es para el partido. Rábulas de sí mismos, nos hacen sonrojar como pueblo.

¡Que se pare el mundo, que yo me bajo! Qué razón tenía Mafalda; yo también quiero bajarme. Nosotros también queremos bajarnos.

Y queremos bajarnos porque se trata de una pandemia con la que no queremos convivir; no queremos aceptar el cómo se les tolera en muchos casos y se les comprende por sus conmilitones, no pocas veces cómplices, que en cualquier caso miran para otro lado.

Y así se explica que en ninguno de los grandes partidos políticos se lleven a cabo investigaciones instadas de motu proprio. Solo si aparecen evidencias, bancarias o similares, se hace inevitable aceptar que la Justicia entre en las cuentas propias.

Al tiempo, los corruptos discretos permanecen agazapados. Véase sino el nepotismo existente en el Tribunal de Cuentas, empresa familiar donde las haya, cuyo descubrimiento ha sido un visto y no visto tapado a toda prisa, sin que los partidos que nombraron a sus dirigentes (vocales) hayan movido ficha.

¡Cuántos favores se tendrán que pagar en el tribunal!

Pero, por más que se diga, la corrupción española tiene solución. Se trata de una corrupción por las alturas, no por la base, lo que la hace más compleja, pero fácilmente atacable si hubiera voluntad para ello. Si los tribunales no dan abasto, se deben crear nuevos órganos judiciales, lo que hoy es imprescindible y útil. Si las penas son exiguas, modifíquense. Si los tipos penales no comprenden las nuevas formas de corrupción, para eso está el Poder Legislativo. En cualquier caso, es indispensable el compromiso de la clase política.

El conformarnos con pedir disculpas y perdones, fórmulas muy al uso y propias de un país en el que su religión permite el perdón y volver a empezar, duran en cualquier caso lo que una pompa de jabón. La última disculpa es de hace un año, así que podemos aguantar un año más. Y mientras tanto, cogernos de la mano de Mafalda y bajarnos de este mundo.