Suerte que Dios es providente y me hizo nacer en Forcarei. Porque si hubiese nacido en Arteixo ya estaría proclamando la secesión de las parroquias situadas al norte del Tambre y pidiendo -por tercera vez- un obispo para A Coruña. La verdad es que tenía este tema bastante olvidado. Pero consecuente con mi espíritu obediente y mi sentido comunitario del cristianismo, no me queda más remedio que seguir las recomendaciones político-pastorales de monseñor Xavier Novell, obispo de Solsona, y poner el derecho natural de las comunidades cristianas por encima de la ley.
Usando en vano su autoridad pastoral -porque la ociosidad es la madre de todos los vicios-, el obispo Novell ha salido en defensa de la «legitimidad moral del derecho a decidir», y ha puesto sobre la mesa este terrorífico argumento: «Cuando se afirma que Cataluña no tiene derecho a la autodeterminación y que sería ilegal la consulta del 9-N, se está usando la ley para impedir un derecho fundamental que es anterior y superior al ordenamiento jurídico vigente».
Bueno, pues ya está. Si la Constitución española -que los catalanes han contribuido a redactar, han leído en su lengua, y han votado por mayoría- no puede impedir la secesión, no creo que el Derecho Canónico -que está en latín y no fue votado por nadie- pueda impedir que las comunidades cristianas de A Coruña tengan una diócesis como las de Solsona, Coria, Osma o Mondoñedo y que, poniendo por delante su condición de hijos de Dios y su derecho a decidir, exijan el pastoreo de un obispo tan espabilado como el de Solsona, y que se eleve a categoría catedralicia, para más inri, la bellísima iglesia de Santiago.
Lo que dice la Biblia sobre este tribalismo episcopal y medieval es esto: «No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gálatas, 3-28). Pero tiene razón el bisbe, porque San Pablo -¡nadie es perfecto!- no habló de los catalanes. Y por eso resulta obvio que ni la ley ni la Biblia, ni la Constitución ni el Tratado de la UE, ni la inteligencia o la vergüenza, pueden impedir a Novell inventar su propia tribu, separarla de una comunidad de veinte siglos -porque antes de ser catalanes o gallegos ya éramos cristianos-y declararla independiente desde su púlpito envenenado.
El obispo debe saber que sin ley puede haber Dios, pero no Iglesia. Aunque es posible que, antes que católico, este Novell sea pujolista, y que, no pudiendo aspirar a primado de Toledo, aspire a la primacía de Tarragona. Pero mientras tanto es un miserable, que mete ferrete donde no debe y que, en vez de a la reconciliación y la solidaridad, llama al egoísmo y al conflicto. Y esa miseria se extenderá a toda la Iglesia española si él habla y los otros callan. Porque la cobardía es peor, si cabe, que la siembra de la cizaña.