El juego de las dos verdades

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 jul 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Como cualquier hijo de vecino, este cronista mira por encima la actualidad económica. Veo cómo los alcaldes del PP le piden a su ministro Montoro que les deje gastar más, que los pobres no tienen nada que inaugurar ante las próximas elecciones. Observo algunos datos coyunturales, como los de exportaciones, y veo que han caído después de servir para presumir de competitividad y para demostrar la recuperación. Ayer leí con asombro la evolución de la deuda pública, porque solo asombro puede producir que crezca al ritmo de 160 millones de euros diarios, y no entiendo cómo la austeridad decretada no logra reducir el endeudamiento del Estado, sino que aumenta de mes en mes, sin que se encienda ninguna alerta gubernamental ni de los órganos de control, españoles y europeos. Y veo, finalmente, la evolución de la Bolsa, que no es más que un mercado especulativo, pero sus últimas y persistentes caídas tienen que estar arruinando a mucha gente.

Estos detalles son los últimos publicados y que conoce todo el mundo, por poco informado que esté. Pero el cronista no se atreve a mirarlos con mentalidad crítica, porque sería nadar contra corriente. ¿Quién soy yo para poner un punto de escepticismo frente a la euforia oficial? ¿Quién soy yo para tener una percepción negativa, por leve que sea, si la ministra Fátima Báñez ha dicho que somos líderes de Europa en la creación de empleo? ¿Quién soy yo, en fin, para quejarme de las políticas contra el paro, si se ha producido el milagro de la bodas de Caná y el Gobierno abrió una página web donde ya no se busca empleo, sino que se encuentra?

Así las cosas, aprovecho este sábado para la mortificación de reconocer mis pecados. Me arrepiento de haberme hecho eco del Observatorio de la Dependencia, que aseguró que el sistema pierde 3.413 beneficiarios cada mes, lo cual obligó a la ministra de Sanidad a mandarme un recado: los beneficiarios del sistema de dependencia no bajan; suben cada mes en 8.500 personas. Me arrepiento de haber escrito que es una miseria socorrer a los dos millones de niños en riesgo de exclusión con 16 millones de euros al año, porque el padre Ángel, el de Mensajeros de la Paz, agradeció al Gobierno tan infinita generosidad. Y me arrepiento de haber dudado alguna vez de nuestra fortaleza económica, cuando es sabido que es preciso que se tambalee un banco portugués para hacer mella en la Bolsa española.

Con lo cual, después de tan sinceros actos de contrición, me pongo como el marido del chiste ante su señora, proclamo mi independencia de criterio y me dispongo a tener siempre la última palabra. En los casos de interpretación económica, lo que usted diga, señor Montoro; lo que sus ministros digan, señor Rajoy.