Juan Carlos, no solo la transición

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

19 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Se me hace cuesta arriba referirme al rey Juan Carlos en pasado. Han sido demasiados años pendientes de sus gestos, de sus discursos, de sus audacias, también de sus errores, para ver su abdicación como un hecho consumado y hacerme a la idea de que ya no es el jefe del Estado español. Si, además, busco en los recuerdos las conversaciones privadas en su despacho, las llamadas telefónicas, porque es una persona asequible, las audiencias colectivas, me resulta inevitable un cierto tono de nostalgia y una visible emoción en la memoria.

Es que han sido 38 años, 6 meses y 27 días. Y supe de su irritación cuando se dio cuenta de que Arias Navarro, su primer presidente, no entendía su proyecto y encomendó a las Cortes que hicieran las reformas «como a Franco le gustaría». Y conocí cómo se jugó la corona el día que decidió nombrar presidente a un joven poco conocido llamado Adolfo Suárez. Y le escuché cómo le ordenaba a Miláns que devolviera los tanques a sus cuarteles. Y oí de su boca cómo había negociado con Santiago Carrillo la tranquilidad de los comunistas en los momentos cruciales. Y tuve que comentar cómo predicaba en el desierto cada Navidad, al demandar acuerdos políticos para combatir la crisis. Y me tocó valorar su capacidad diplomática como embajador de su país. Y palpé sus estados de ánimo al ver cómo Cataluña intentaba separarse. Y he visto, como todos, su gran humillación cuando tuvo que pedir perdón por un error.

¿Cuál de esos Juan Carlos será apreciado por la historia? En buena lógica, el primero: el que cogió una España miedosa y la condujo a la esperanza; el que acudió al encuentro de la España del exilio y puso fin a esa vergüenza histórica, espero que para siempre, y el que aportó una forma de estar en la política basada en ese objetivo de ser el rey de todos los españoles. Ese es el Juan Carlos histórico, porque fue el constructor de la democracia en un país que nunca tuvo un régimen democrático de larga duración ni nunca supo cerrar pacíficamente los cambios políticos.

Pero creo que sería poco justo reducir su trabajo a la faceta de artífice de la transición. Este rey ha sido impecablemente constitucional, como reconocen todos los presidentes de Gobierno de este período. Durante su reinado se hizo posible el recambio político y todos los partidos gobernaron alguna institución, estatal, regional o local. Ante España, supo templar tensiones y fue garantía de estabilidad. Ante el mundo, nos representó con altura y dignidad. Fue motor dentro y excepcional embajador fuera. Defendió el tejido empresarial y no hubo mensaje suyo sin defensa de los derechos sociales. Y seamos objetivos: si reinó tanto tiempo, ha sido porque España estaba cómoda con él.