Confianza previa, no cheque en blanco

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

10 jun 2014 . Actualizado a las 07:00 h.

Hasta donde sé, fue este diario, La Voz de Galicia, el primero que pulsó la opinión ciudadana sobre el relevo en la Corona. Nada más conocerse la abdicación, Sondaxe pulsó a los ciudadanos gallegos y obtuvo los mismos resultados que las demás empresas demoscópicas una semana después en el conjunto de España: ocho de cada diez aplauden la retirada del rey Juan Carlos, que ve aumentada su popularidad, el 70 por ciento apoyan a Felipe VI y la mitad desea una consulta sobre la forma de Estado. Esos eran los titulares de este diario el miércoles 4 de junio, y eso es lo que está en los demás periódicos estos días. Quiere decirse que los efectos de opinión sobre el relevo han sido inmediatos, casi fulminantes, y apenas han variado, a pesar del debate abierto sobre la monarquía.

¿Cómo se traduce esto en sus efectos políticos? En primer lugar, que el rey Juan Carlos acertó. Supo captar por dónde iba el sentir de la gente. La idea de abdicar estaba asentada en la sociedad sabe Dios por qué: quizá por los errores reales, quizá por la imagen física del monarca o porque había necesidad de un cambio que empezaba justamente por la jefatura del Estado. Esa sociedad siente ahora la sensación de que ha sido escuchada y por eso se vuelve a identificar mayoritariamente con don Juan Carlos y su papel histórico. Incluso se muestra agradecida, expresión difícil de utilizar hace dos semanas.

En segundo lugar, vemos que la buena calificación del rey abdicado es diferente según la edad de los consultados, pero prácticamente igual en todos los sectores ideológicos. ¿Quién podría pensar que la mayoría de los votantes de Izquierda Unida aprobarían su gestión, y no llegarían al 20 por 100 quienes la suspenden? Si Cayo Lara estudiase debidamente estos sondeos, seguiría siendo republicano, como es natural, pero estaría obligado a matizar mucho sus percepciones históricas y sus impulsos intelectuales. Por ejemplo, el de identificar de forma simplista república y democracia.

Y por último, el respaldo a don Felipe. Es un acto de confianza previa, no un cheque en blanco, porque nadie sabe cómo va a reinar. Es un gesto de apoyo de entrada de importantísimo valor, pero no un contrato indefinido. No defraudará, pero ha de ganarse el trono día a día y gesto a gesto. Y está sentado sobre otro estado de opinión nuevo: el del notorio, quizá creciente, número de ciudadanos que apuestan por un referendo. Con esa demanda debe contar el nuevo rey.

Dado que estamos abocados a una reforma de la Constitución, la monarquía volverá a ser el eje del debate. Se ganará si antes don Felipe consolida la confianza con que arranca. Será más dudoso si esa confianza se deteriora. Así de sencillo y así de crucial.