El perdón y el olvido

Luis Ferrer i Balsebre< / span> EL TONEL DE DIÓGENES

OPINIÓN

30 mar 2014 . Actualizado a las 08:00 h.

A las personas se las conoce de verdad cuando se van, no cuando llegan -Leopoldo Calvo Sotelo, dixit-. Escribía Xosé Luís Barreiro: «?porque la gloria que hoy le rendimos a Adolfo Suárez huele a una intensa y generosa rectificación de España entera». Completamente de acuerdo con Barreiro, en la idea de que el pueblo a veces se equivoca y que es bueno que rectifique, aunque sea en la despedida

Suárez fue el último presidente de la modernidad y con su partida se inauguró la entrada en la posmodernidad política. A partir de Suárez, los grandes valores humanos en política se han difuminado. A la posmodernidad, ya se sabe, la define un derrumbe esos valores. Los mismos de que carecen y son incapaces de reconocer el fanatismo y la mezquindad de los grupos que vetaron una declaración de reconocimiento en el Congreso de los diputados. Ellos nunca legalizarían otra forma de pensar.

Suárez fue un mezcla de Winston Churchill y J. F. Kennedy. Del primero tuvo la virtud de ser un visionario con el coraje excepcional de dirigir a su pueblo -enfrentándose a propios y ajenos- hacia algo que solo el veía y en lo que creía firmemente.

Del segundo tenía la de ser un tipo atractivo, con una imagen de dinamismo de rostro limpio y modales juveniles.

El drama de Suárez no estuvo en la política sino en la familia. Un tipo que hipoteca su casa para poder curar a su gente, que no pudo pagar el crédito -no tenía Gürtel, ni ERE ni Pokémons, ni ninguna otra prebenda que no fuera su sueldo- y lo desahuciaron. Ese mismo pueblo que ayer le despedía arrobado, los mismos que se arreglan el chollo para que a ellos jamás les pueda pasar una cosa así.

Resistió el acoso de todos armado únicamente de ideales y valores, y solo se derrumbó cuando le arrancaron a su mujer y a su hija.

Es habitual que los cuadros de Demencia se precipiten cuando sufren algún tipo de trauma, una caída, una intervención o una profunda herida psíquica -que duelen, se infectan y supuran como las otras-. La única posibilidad de suturar esa herida es olvidándola. El mal de Alzheimer fue la salida más eficaz y menos dolorosa posible.

Adolfo Suárez tenía muchas cosas que perdonar y algunas eran -siguen siendo- imperdonables, pero supo aplicar la frase de Napoleón: «el perdón nos sitúa por encima de quienes nos insultan». Frente al perdono pero no olvido optó por olvidar, que es otra forma de perdonar.

Eso no lo hace un tahúr del Misisipi, eso solo lo hacen los hombres buenos y los valientes de las novelas de Silver Kane.

Olvidados y perdonados. R.I.P.