Partenón

Xosé Ameixeiras
Xosé Ameixeiras ARA SOLIS

OPINIÓN

19 ago 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

E l Partenón es una reliquia de la humanidad, un colosal ingenio arquitectónico apropiado para morada de dioses. Todo un símbolo de una cultura grandiosa admirado por millones de almas durante la historia.

Aun en estado ruinoso transmite majestuosidad. Una obra promovida por Pericles para conmemorar la batalla de Maratón sobre los persas. Pero nada logra ganarse el respeto humano definitivamente. En el 267 llegaron los bárbaros y lo incendiaron. Un siglo después el emperador Juliano lo restauró, pero en el 438 aparecen por allí con ansias de reforma los cristianos, que destruyeron las esculturas con desnudos y lo convirtieron en iglesia, bizantina o cristiana, según los tiempos, hasta que en 1456 arriban los turcos y le dan otra vuelta para adaptar esta joya de los siglos a su gusto. Fue mezquita. Y así hasta el ataque de los venecianos: una bomba causó enormes estragos en el monumento, que quedó maltrecho.

Para completar la destrucción, en 1802 el embajador británico Tomas Bruce Elgin se llevó la mayor parte de la decoración escultórica para venderla, como otras innumerables reliquias saqueadas, al Museo Británico. Resulta demoledor ver en una recreación virtual cómo a lo largo del tiempo las distintas oleadas humanas van destruyendo lo que Fidias y compañía construyeron con tanto esfuerzo y arte.

Esta vergüenza, que mereció un inmortal poema de Lord Byron, es una muestra de que la mitad de la humanidad es un peligro para la otra mitad. Lo que unos hacen es destruido por los siguientes, como hacen los Gobiernos con sus antecesores. Porque ya sea en términos de monumentos históricos lejanos o de política cercana -concellos, diputaciones, Xunta o Estado-, lo que uno hace bien llega el siguiente y lo tira por la borda. Parecemos incapaces de avanzar sin pisar cabezas de inocentes.