Antes del cónclave

Francisco Vázquez TRIBUNA

OPINIÓN

05 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

No siempre la elección del papa se ha delegado en un reducido y cualificado cuerpo electoral, como es el Colegio Cardenalicio, integrado por los prelados menores de ochenta años. Aunque en muchos aspectos debemos apelar a las fuentes de la tradición para mejor conocer la historia de los primeros siglos de la Iglesia, hoy sabemos que en los tiempos de las grandes persecuciones que los emperadores romanos llevaron a cabo contra los primeros cristianos, los papas simplemente designaban a sus sucesores, buscando así la seguridad de la clandestinidad que garantizase la continuidad en el gobierno de la Iglesia naciente.

Cuando de los tiempos del martirio se pasó a mejores épocas, marcadas por la tolerancia del poder imperial hacia la nueva religión, se estableció un sistema democrático de elección, en virtud del cual el nuevo papa era votado por los presbíteros y los fieles de Roma, los cuales muchas veces simplemente lo elegían por aclamación, designando a una persona de reconocidas y acreditadas virtudes.

No debemos olvidar que el sumo pontífice es además obispo de Roma, y por tanto su vinculación con su diócesis de gobierno hizo que durante varios siglos su elección quedase reservada a las personas sometidas a su jurisdicción eclesiástica.

Votaron primero fieles y sacerdotes; luego, solamente las personas consagradas, presbíteros y diáconos, para finalmente ser elegido exclusivamente por los titulares de las parroquias que integraban la diócesis de Roma.

Simbólicamente es esta última fórmula la que se mantiene todavía hoy, ya que el nombramiento de cardenal, entre otras dignidades, lleva aparejada la concesión honorífica de la titularidad de algunas de las muchas iglesias de la Ciudad Eterna.

Al igual que hace más de mil años, los cardenales en el cónclave votan también como párrocos de Roma, conservando así las tradiciones que fundamentan una historia dos veces milenaria, como es la de la Iglesia.

La condición de sacerdotes romanos de los cardenales se aprecia a simple vista al visitar la ciudad. Las fachadas de muchos de sus templos están presididas por dos escudos: uno es el del papa reinante por su condición de obispo de Roma; el otro corresponde a la heráldica del cardenal titular de la iglesia en cuestión.

Curiosamente, la «Iglesia nacional de los españoles de Santiago y Montserrat» goza del poco frecuente privilegio de que su titular sea precisamente un cardenal español, coincidencia que prácticamente no se da en el resto de las iglesias de representación nacional que existen en Roma. Se trata del arzobispo emérito de Sevilla, don Carlos Amigo, por cierto cardenal elector en el próximo cónclave.

Cuando la Iglesia católica creció, pronto se vio que un sistema electoral tan abierto ofrecía más inconvenientes que beneficios, ya que la presentación pública de candidaturas contrapuestas desembocaba las más de las veces en reyertas entre sus respectivos partidarios.

Después de un corto período transitorio en el que tan solo votaban obispos, en torno a los siglos X y XI se estableció la norma todavía vigente de que la elección fuera competencia exclusiva de los cardenales, sin que ello implicara la exigencia de que el nuevo papa tuviera que ser cardenal, ya que en muchas ocasiones la elección recayó en simples frailes o monjes de probada vida ejemplar.