En el tránsito del Vaticano

Fernando Ónega
Fernando Ónega DESDE LA CORTE

OPINIÓN

01 mar 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Sostiene el profesor Navarro Valls que los medios informativos han montado una novela sobre el Vaticano basada en una trilogía: sexo, poder y dinero. Es decir, los tres ingredientes máximos de la tentación y el pecado. Digo yo que, si la prensa hizo esa novela, alguna razón debe tener. Y el papa que ayer se marchó, Benedicto XVI, también ha visto esa razón. De hecho, algunas de sus más importantes decisiones han tenido que ver con ella. Fue el primer papa que permitió que se conocieran las denuncias de pedofilia. Hace solamente unos días cambió la dirección del Banco Vaticano y entre líneas dejó el mandato de corregir el poderío de la curia, origen de tantos rumores de conspiración permanente.

Hago estas anotaciones como elogio al que ya es su santidad emérita. Creo que lo merece. Cuando inició su pontificado representaba el ala dura de la Iglesia. Era el gran ortodoxo de la fe y el azote de las discrepancias. Al final ha sido un papa conciliador, que supo dialogar con otras religiones y utilizó su poder absoluto sin que nadie le pueda hacer un reproche. Incluso supo prescindir de él cuando entendió que le faltaban las fuerzas. Creo que la historia lo juzgará con benevolencia. Y creo algo más: al adoptar una decisión tan difícil como la de renunciar quizá abrió un camino de futuro. Un papa está inspirado por el Espíritu Santo, pero no está demostrado que tenga capacidad física sobrehumana.

En todo caso, la Iglesia atraviesa un momento difícil. Al decir Iglesia, digo los 2.100 millones de personas que se confiesan católicas en el mundo. Los escándalos producidos, las tensiones internas, el peso de las modas crean un ambiente difícil para las creencias religiosas. Entre los propios sacerdotes se escucha con frecuencia la necesidad de abrirse más a la sociedad. Todos esos son los desafíos a que se enfrenta el sucesor de Benedicto XVI, que es sucesor de Pedro. ¿Qué le podemos pedir los creyentes? Solo una cosa: que sea papa en toda la dimensión de la palabra.

Necesitamos referentes morales, y el primero debe ser el vicario de Cristo. Necesitamos su autoridad frente a los abusos. Necesitamos su independencia frente al barullo intelectual. Necesitamos su conciencia crítica en tiempos de profunda crisis moral, que para muchos está en el origen de la crisis económica. Necesitamos que los centros de decisión de la Iglesia dejen de ser presentados como lugares tenebrosos donde toda conspiración es posible. Y necesitamos, en el fondo, una persona que sea capaz de conciliar el espíritu religioso con el espíritu social, que se resume en la Iglesia de los pobres. Si una persona de esas características está entre los papables, el Espíritu Santo no se puede equivocar.