La crisis catalana

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

01 ago 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

La aldea catalana está revuelta, y no solo por la crisis económica, ni por los aires recentralizadores que han causado el plantón al ministro Montoro, sino muy especialmente por las acusaciones que vinculan a Oriol Pujol, hijo de Jordi Pujol y secretario general de Convergència, con la trama corrupta de las ITV en Cataluña. La cuestión no es menor ya que pone en peligro la carrera del delfín, supuestamente destinado a suceder a Artur Mas. En cualquier caso, la imagen de modernidad de la política catalana se está deteriorando a marchas forzadas, con familias acomodadas en los partidos y con sus reales hereus (herederos) ya perfilados, formados y aceptados.

La realidad concreta, dicen -y así se ha publicado-, es que Oriol Pujol se pasea por la Generalitat como si fuese por su casa (o, si se prefiere, tal vez como en su día lo hizo un hermano de Alfonso Guerra por la Junta de Andalucía). Un comportamiento que desprende un rancio hedor pseudodemocrático, inesperado en la Cataluña avanzada e innovadora de la que ellos mismos tanto presumen en toda ocasión y lugar.

Yo soy un admirador condicional de Cataluña, y sé argumentar mi admiración, pero prefiero aquella tierra próspera y abierta de antaño, en la que vivían y convivían muchos intelectuales seducidos por su liberalidad y aperturismo. Entre ellos estaban Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y una larga lista de latinoamericanos. ¿Qué empeoró desde entonces? Podría decirlo el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique, que regresó a Cataluña creyendo que era la misma, y que se ha vuelto a su país tras una aislada y solitaria experiencia, sin que le valiese de nada haberse esforzado en el estudio del idioma propio de la comunidad autónoma.

A pesar de todo esto -que lamento-, yo sigo admirando a Cataluña y no comprendo su decadencia ni su cerrazón actuales. No sé en qué dará lo de Oriol Pujol y tampoco me importa. Lo que me parece de verdad preocupante es el tufo pequeñoburgués que exhala su clase política. Algo que ya pudimos observar hace poco los gallegos, cuando, con reiterada insolidaridad, tronaban contra el AVE Galicia-Madrid. Existe una Cataluña grande y cosmopolita, pero me temo que no es la que ellos quieren representar. Para mal de todos.