El mal camino

Carlos G. Reigosa
Carlos G. Reigosa QUERIDO MUNDO

OPINIÓN

01 jul 2012 . Actualizado a las 07:00 h.

Permítaseme que, para hablar de nuestra Europa, esta vez empiece con una larga cita de Albert Camus. Está entresacada del texto que le dirigió a un amigo alemán en 1944 y que, según creo, aún mantiene cierto vigor. Decía Albert Camus: «Cuando dicen ustedes Europa, piensan: 'Tierra de soldados, granero de trigo, industrias domesticadas, inteligencia dirigida' ¿Voy demasiado lejos? Pero sí sé que cuando dicen Europa, aún en sus mejores momentos, cuando se dejan llevar por sus propias mentiras, no pueden por menos de pensar en una cohorte de dóciles naciones dirigidas por una Alemania de señores, hacia un futuro fabuloso y ensangrentado. Me gustaría que captase usted bien esta diferencia. Europa es para ustedes ese espacio rodeado de mares y montañas, perforado de minas, cubierto de mieses, donde Alemania juega una partida en la que está en juego su destino. En cambio, para nosotros es esa tierra del espíritu en la que desde hace veinte siglos prosigue la más asombrosa aventura del espíritu humano».

Después de leerla no pude sustraerme al temor que impone el pasado brutal de esta Europa, a pesar de creerla hoy ya definitivamente reconciliada consigo misma. Porque todavía fue ayer cuando nos embarcamos en un futuro ensangrentado que avergüenza a la propia humanidad y a la idea que tenemos de civilización. No sucedió hace veinte siglos. Fue hace apenas setenta y tres años. Es decir, ayer. Y en esa lucha fratricida demostramos nuestra enorme capacidad para desencaminarnos y despeñarnos.

Hasta hace poco vivíamos confiados y alegres, seguros de habitar el espacio más privilegiado del mundo. Han bastado las sacudidas (ciertamente fieras) de una crisis económica para que aparezcamos desnortados y sumidos en la desconfianza. Y cada amanecer nos miramos con recelo.

¿Dónde está la sagrada UE que nos iba a liberar de todo mal mediante la superación de los viejos y rancios nacionalismos? Yo soy un gallego completamente convencido de las bondades de la Unión Europea, pero percibo que el pútrido y frío aliento de la crisis está reviviendo fantasmas del pasado.

No los de la guerra, pero sí los del egoísmo y el desapego. Es decir, los del desamor. Y este es un mal camino. Felizmente, parece que nos estamos apartando de ese mal camino.