Lengua para sordos

| RAMÓN IRIGOYEN |

OPINIÓN

25 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

LA COMISIÓN de Trabajo y Asuntos Sociales acaba de aprobar el proyecto de Ley de las Lenguas de Signos española y catalana. Esta ley, pendiente aún de una inmediata ratificación por el Pleno del Congreso, va a garantizar a las personas sordas la comunicación entre ellas mismas y su entorno. Casi dos millones de españoles sordos, de los que 100.000 sufren una sordera profunda, y un millar de sordociegos, van a contar con servicios de intérpretes que facilitarán su comunicación en colegios y universidades, en hospitales, y en los tribunales y prisiones. La noticia cuenta que estas personas van a recibir una educación bilingüe. Hasta la fecha, el bilingüismo está asociado al aprendizaje de dos lenguas habladas y escritas. Desde ahora, se va a hablar también de bilingüismo cuando una persona aprende a comunicarse con la lengua oficial del Estado -o con las lenguas oficiales de una comunidad autónoma- y la llamada lengua de signos, que, de un modo coloquial, es conocida como lengua en la que las personas se comunican por señas. Llamar a esta comunicación lengua de signos no parece muy acertado. El lingüista Ferdinand de Saussure, a principios del siglo XX, definió la lengua hablada y escrita como un sistema de signos y, por tanto, la ahora llamada lengua de signos viene con una denominación científicamente poco afortunada. Pero ya sabemos que de los juristas no se deben esperar virguerías lingüísticas. Felices podemos sentirnos si a la lengua por señas -y, por cierto, seña es la derivación popular del latín signa , que procede de signum , que significa señal , y da, claro, origen a la voz culta signo - los juristas no la han llamado «pandecta de Justiniano». Este proyecto de ley abre la posibilidad de que también se reconozcan lenguas de signos -vayamos acostumbrándonos a esta herrumbrosa denominación- en Galicia y en el País Vasco. Un índice irrefutable de progreso es la atención social dispensada a los discapacitados. Hasta hace no muchos años, los discapacitados sufrían un estigma social que afectaba también a sus familias. Era muy excepcional que un discapacitado saliera a la calle. Esta ley facilitará que el ocio sea una conquista que disfrutará este colectivo marginado.