Paul Newman

OPINIÓN

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05 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

TIENE unos ojos azulísimos. Es difícil precisar en qué película está mejor. Dice que se va, que confunde los papeles. 82 años, es una excepción en el corazón excéntrico de Hollywood. Mantuvo una relación de casi toda la vida con la actriz Joanne Woodward. Tuvo tres hijos, uno murió por las drogas. El cine cuando los actores son grandes es como proyectar una película en el cielo. Y en el cielo de nuestra memoria quedará cuando Paul Newman en El buscavidas le dice a la chica que ninguno de los dos saben qué es el amor: «Si lo viésemos pasar por la calle ni lo reconoceríamos». O en el otro buscavidas, el que compartió con Tom Cruise, el que al fin le valió un tío Óscar en el 86, después de que le diesen en el 85 el honorario que trata de subsanar errores clamorosos de la Academia. En ese película le enseña a Tom el color del dinero. Aún le nominarían por Ni un pelo de tonto y por Camino a Perdición. Paul Newman es también Robert Redford, El Golpe y Dos hombres y un destino. No sé dónde me gusta más. Si en Dulce pájaro de juventud o en Veredicto final. Es uno de esos rostros que hemos visto envejecer año a año. Se va después de ponerle voz a unos dibujos, Cars. Como una broma del destino, el rostro más bello se va dejando sólo la voz. La gata sobre el tejado de zinc, tremenda. El coloso en llamas, por qué no. Incluso El escándalo Blaze, donde el veterano político se deja los calcetines con la amante para coger fuerza y no resbalar. Era una estrella. Empezó en el teatro, con el Método. Y se abrió paso porque la cámara le amaba. Como con los elegidos. Resiste cualquier comparación. Tenía una sonrisa que hacía temblar. Es un mito del séptimo arte. Nunca necesitó filtrar romances para estar en las portadas. Hay actores que son postales en las que jamás se pondrá el sol. cesar.casal@lavoz.es