Biberón al alimón

| RAMÓN IRIGOYEN |

OPINIÓN

09 mar 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

LA COMISIÓN de Trabajo y Asuntos Sociales aprobó en el Congreso una serie de propuestas para que los hombres, esos seres tan dotados por la naturaleza para el egoísmo, y las mujeres, creadas para el egoísmo y el altruismo supremo de concebir hijos, puedan conciliar el trabajo con el resto de la vida. Entre estas propuestas, que deberían esculpirse con letras de oro en colegios y universidades, se pide que los padres, en tantos casos renuentes a compartir la crianza de los hijos, tengan permiso de paternidad individual e intransferible, o sea, independiente del permiso de maternidad, tal como establece la Ley de Igualdad. Las estadísticas que circulan dan todavía cifras atroces respecto a la desigualdad en el reparto de responsabilidades domésticas entre hombres y mujeres. Pero, por supuesto, sin el menor ánimo de edulcorar esta cruda realidad hoy tenemos una noticia positiva en este terreno. El ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, presentó el balance de un año próspero del Plan Concilia entre los funcionarios estatales. Es fama que los funcionarios están muy dotados por la naturaleza para huir de la oficina: y cuánto más si la ley, cuando tienen hijos, incluso los ampara en su fuga. Pero, bromas aparte, es un hecho muy positivo que 10.000 empleados públicos hayan solicitado algún permiso de los previstos por el Plan Concilia. Los funcionarios solicitaron, sobre todo, jornadas flexibles para atender a los hijos: las solicitudes fueron 4.700. Pero el dato positivo que brilla en el balance del ministro es éste: se solicitaron 2.100 permisos de paternidad. Por tanto, solicitaron este permiso prácticamente el 100% de los empleados que tuvieron hijos. Criar un hijo -y, sobre todo, cuando es el primero- es un auténtico trabajo de Hércules. La ignorancia de madre y padre en ese oficio convierte a estos sujetos en seres casi tan indefensos como el niño. La crianza es muy dura y debe ser compartida por la pareja. Pero también la recompensa es la más grande. No hay placer superior al de contemplar, acariciar y besar a un hijo.