Dos (o más) velocidades

| XOSÉ CARLOS ARIAS |

OPINIÓN

18 ene 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

SE EXTIENDE cada vez más la idea de que las últimas ampliaciones de la Unión Europea han sido una equivocación. La notable extensión del número de miembros -hasta casi doblarse- y las grandes diferencias existentes en sus estructuras económicas y tradiciones políticas están haciendo imposible todo intento de impulsar una mayor integración política de la Unión: de ahí la crisis del proceso constitucional. Por fin, en vísperas de la entrada de Bulgaria y Rumanía, y de cara a las pretensiones turcas, la UE ha mandado parar. ¿Se trata de una decisión correcta y en todo caso inevitable, como pretenden los líderes franceses y alemanes, o estamos ante un error histórico, tal y como ha afirmado Blair? Posiblemente algo tiene de las dos cosas. De inevitable, porque la Unión no está ahora preparada para acoger a un país que se convertiría de inmediato en el de mayor población del club y que presenta además una configuración productiva -con un enorme sector agrario- muy diversa de la europea. Aunque no debiera ignorarse que Turquía viene experimentando desde hace años -desde su reforma monetaria- significativos progresos en crecimiento y estabilidad que algunos países de la UE-27 envidian. Pero la expresión «error histórico» no está fuera de lugar. Colocar la frontera de la Unión a tan sólo unos kilómetros del Bósforo puede ser interpretado fácilmente en una clave maligna: se les rechaza por no pertenecer a la cultura cristiana occidental. De esa manera, un país sumamente contradictorio -en el que, por ejemplo, la condición de la mujer dista mucho de ser ejemplar, pero que reconoció el voto femenino más o menos en el mismo momento que España- y que parece situarse en el centro de múltiples encrucijadas, recibe una señal que pudiera parecer hosca invitación para dejarse ir en sus tendencias antieuropeas y acaso integristas (tan ajenas a la tradición modernizadora y laica de Atatürk). Haciendo de la necesidad virtud, quizá sea este el momento adecuado para dar un doble impulso, hacia adelante y hacia atrás. Hacia adelante, consolidando de una vez un polo de poder político federalizante en torno a la eurozona (si bien el no de franceses y holandeses lo ha hecho más difícil). Y hacia atrás, ofreciendo rápidamente a Turquía, y también a Croacia y a Eslovenia, una zona de libre comercio -quizá incluso una unión aduanera- y la plena libertad de capitales. Ante la pluralidad de los retos, avanzar a varias velocidades sería, entonces, el imprescindible mal menor.