Hasta las cejas

| XOSÉ CARLOS ARIAS |

OPINIÓN

03 ago 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

LA NOTICIA de que el Euríbor ha subido, por noveno mes consecutivo, al 3,55%, tiene singular importancia para la economía española, en una medida mayor de lo que acontece en los países de nuestro entorno. Y ello por una razón clara, que la simple mención de algunos datos evidencia. La deuda de las familias españolas se encuentra, con gran diferencia, entre las más elevadas del conjunto de la OCDE, superando los 700.000 millones de euros; de ella, casi tres cuartas partes son deuda hipotecaria, con un porcentaje mínimo de crédito al consumo. Además, en torno a un 93% de esa deuda está contratada a tipos variables. En fin, que estamos endeudados hasta las cejas. Es indudable que esta situación general de sobreendeudamiento, que constituye uno de los problemas más distintivos de la economía española, es una de las claves -no la única- para entender el desmesurado crecimiento de la demanda de viviendas en la última década, sin duda impulsada por las atractivas condiciones de bajo interés de los créditos (y más recientemente, también por la extensión de los plazos de amortización, que algunas ofertas elevan a los 50 años). Aunque a ritmos más pausados, se espera que los tipos sigan subiendo en los próximos meses. ¿Estamos ante un desastre? No necesariamente. Incluso, haciendo de la necesidad virtud, podría ser ésta una estupenda oportunidad para corregir en profundidad algunos de nuestros principales desequilibrios macroeconómicos. En primer lugar, la inflación, que actualmente supera en dos puntos -hasta doblar- el objetivo marcado para el conjunto de la eurozona, con graves efectos sobre la competitividad de las exportaciones (y por tanto, también sobre el resultado de la balanza comercial). Es claro que una política de dinero más caro se adapta mejor a las necesidades de ajuste de una economía como la nuestra, que crece mucho con una relativamente alta inflación, que a la de otras, como la alemana o la francesa, en las que la situación es más bien la contraria. Por otra parte, el encarecimiento del dinero podría servir también para desactivar con suavidad la burbuja inmobiliaria, con consecuencias positivas sobre los precios, a condición de que las subidas de tipos sigan siendo muy graduales. Porque no debe olvidarse que muchos economistas y agencias internacionales vienen alertando sobre la posibilidad de que un alza brusca lleve a que la burbuja estalle sin control, lo que afectaría a la estabilidad de los mercados financieros. Pero es obvio que, a corto plazo, más que cualquier eventual ventaja, se harán visibles los problemas de las familias endeudadas, obligadas a una mayor austeridad. Lo cual no dejará de surtir efectos sobre la dinámica del consumo privado, una de las variables que nos ha dado más alegrías durante los últimos años.