16 ene 2006 . Actualizado a las 06:00 h.

DE ESOS POLVOS, estos lodos, dice el refrán. Hace ya bastantes años que dijimos que un sistema educativo y social que mina la autoridad del profesorado, que desincentiva el esfuerzo y el trabajo bien hecho, que promueve el relativismo ético y que hace que el individuo crezca sin aprender que en la vida existen límites que deben ser respetados estaba llamado a generar una alta conflictividad social. Ese discurso no era progresista, se decía; más aún, se enarbolaba la bandera del liberalismo moral más puro: había que dejar hacer al niño todo lo que nosotros no habíamos podido hacer y reírle todas las gracias y travesuras (por desgraciadas que fuesen), además de comprarle cuanta cosa se le antojase, por cara y desproporcionada que pudiese ser (no fuera a traumatizarse el pequeño). Hoy, por desgracia, nos hallamos en el centro mismo de esa crisis que vaticinábamos. El Mediterráneo hace mucho tiempo que fue descubierto: la historia de la Pedagogía, de la Psicología y de la Ética pone ante nosotros una serie de principios básicos ineludibles con los que educar a los niños y jóvenes, si es que de verdad queremos conseguir adultos responsables y no idiotas integrales, jóvenes con el umbral de frustración cada vez más bajo y gamberros que apuntan maneras de asesinos. La cuestión decisiva es cómo pueden estos principios, a la vez viejos pero siempre actuales, llegar a ser efectivos. Y la receta es bien simple: hace falta voluntad. El ser humano tiene que crecer, ya desde la cuna, sabiendo que hay límites, que el esfuerzo es un ingrediente indispensable para llegar a la meta. La persona no funciona bien si sólo se satisfacen sus necesidades materiales, garantizando así su supervivencia biológica, pero no los elementos específicamente humanos como el amor, la razón, la responsabilidad. Los padres tienen que dejar de pretender ser los colegas de sus hijos y de disculpar y hasta encubrir ante los demás las tonterías (o no tan tonterías) que ellos hacen; también tienen que respetar, valorar y apoyar la tarea de los maestros. La policía tiene que dejar de mirar para el otro lado. Los jueces tienen que hacer cumplir la ley: no olviden el principio de reparación del daño. Los alcaldes tienen que dejar de querer agradar a unos y otros: crear zonas específicas para el botellón es una pésima salida. Hay que luchar contra la impunidad en todos los frentes de batalla, empezando por la casa de uno mismo.