Eduardo Haro

IGNACIO RAMONET

OPINIÓN

25 oct 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

EN TÁNGER, donde yo me crié, alla por los años sesenta conocí a Eduardo Haro Tecglen, el cronista rojo que falleció en Madrid el pasado 18 de octubre. Precedido por una reputación de gran profesional, llegó a la ciudad del Estrecho para dirigir el diario de lengua castellana España, que allí se editaba desde que las tropas de Franco, en 1940, habían ocupado esa urbe administrada hasta entonces por las naciones firmantes del tratado de Algeciras (1906). Eduardo sustituía a otro gran periodista, Manuel Cerezales. Pero a diferencia de éste, que era -además de esposo de la novelista Carmen Laforet- una persona reservada y casi encerrada en su universo profesional, Haro y su esposa de entonces, Pilar Ybars, se integraron de inmediato en el mundillo intelectual de Tánger. En aquella época, aunque Marruecos había conseguido su independencia en 1956 y por consiguiente Tánger había perdido su carácter internacional, aún flotaban en el aire los efluvios excitantes del cosmopolitismo reciente. Allí, en el cruce de dos continentes y de dos mares, coexistían religiones (musulmana, judía, cristiana, hindú), etnias (bereberes, árabes, sefardíes, europeos latinos, británicos, nórdicos e hindúes) y lenguas (rifeño, árabe dialectal, haquitía de los judíos sefardíes, castellano-andaluz, francés, italiano, inglés y maltés). En aquella pequeña Babel el nivel cultural era exigente. Los principales creadores se reunían en torno al escritor y critico de cine Emilio Sanz de Soto. Entre quienes participaban en lo que podríamos llamar su tertulia cabe citar al escritor Ángel Vázquez (autor de La vida perra de Juanita Narboni), músicos como Alberto Pimienta, pintores como Juli Ramis, Antonio Fuentes y José Hernández. También acudían allí autores famosos afincados en la ciudad, como el estadounidense Paul Bowles y su esposa, la novelista Jane Bowles, quienes a veces iban acompañados de autores de la talla de Truman Capote o de William Burroughs. En este grupo se integró Eduardo Haro Tecglen. Entre 1957 y 1960 había sido corresponsal en París del diario madrileño Informaciones y hablaba francés con fluidez. Se había impregnado mucho de la cultura política francesa, en una época de gran debate sobre la guerra de Argelia. Y estaba muy familiarizado con la obra de Albert Camus, de Jean-Paul Sartre y con todo lo que se llamaba el «compromiso político». En aquel enriquecedor ambiente tangerino empezó a despuntar también el genio creador de su hijo Eduardo Haro Ibars (muerto de sida en 1988, a los 40 años), quien luego sería el principal poeta de la movida madrileña. Salvando las trampas de la censura, Haro Tecglen transformó el periódico España, a pesar de que éste estaba al servicio de la propaganda del régimen franquista. Para quien sabía leer entre líneas, sobre todo en las noticias del extranjero, este periódico era de un gran atrevimiento político. Con esa experiencia de conseguir ser audaz para el lector inteligente, Eduardo fue llamado en 1968 por José Ángel Ezcurra para asumir la subdirección del semanario Triunfo. Ya en el tardofranquismo alcanzó en esa función su apogeo profesional, convirtiendo esta publicación (en la que tuve el honor de colaborar junto con, entre otros muchos, Manuel Vázquez Montalbán y Ramón Chao) en una lectura obligada para todo demócrata en España. El resto de su trayectoria es de todos conocido. Nos queda, para siempre, su ejemplo.