Volver a Londres

LUIS VENTOSO

OPINIÓN

09 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

REGRESAR a Holland Park. Sentarte en su jardín zen, totalmente artificial, e impostar una meditación socarrona, fulera y posmoderna. Caminar Fleet Street abajo. Morriñear frente a los neones apagados de periódicos que ya no existen e imaginar los viejos buenos tiempos, cuando aquella calle era la fragua informativa de un imperio y las redacciones aún no se habían enclaustrado en polígonos industriales. Entrar en un pub fetén para meterte media pinta (un gallego bajito no da para más) y preguntarte cómo esas rubias lánguidas de pies pintados y esos ejecutivos endomingados pueden trasegar mares de cebada sin sacar panza cervecera. Hacer el pailán alucinando ante los peces maquillados de la pescadería kitsch de Harrods. Pasmarte en el Museo Británico con todo lo que le han mangado a griegos y egipcios y las pocas ganas que tienen de devolvérselo. Comprar en el mercadillo de trapalladas de Camden Town una parka semi-mod y tres vinilos descatalogados (y rayados) de The Who. Vivir el teatro del West End (y simular que entiendes, aunque no pillas la mitad). Verte anónimo y minúsculo en el metro multirracial. Tirarte de la moto y ganarte el amor eterno de E. porque has tirado la casa por la ventana y has comprado dos entradas para ir a la ópera en el Covent Garden. Preguntarte otra vez cómo una ciudad tan formidable puede tener unas camas de hotel tan indecentes. Sentirte en el centro del sistema nervioso del mundo. Volver a Londres.