EL NEOPAISAJE adolescente y juvenil de las ingestas alcohólicas, grupales y públicas, del fin de semana, es un síntoma del malestar en nuestra civilización. Se trata de un problema que desborda a las autoridades, por su carácter de exhibición pública del exceso, y por el acceso cada vez más precoz de los jóvenes al consumo de alcohol. El botellón supone un fenómeno masivo de emergencia de la orgía dionisíaca en el corazón de la ciudad. Las causas de esta especie de carnaval semanal son difíciles de entender si no tenemos en cuenta que en los adolescentes y jóvenes actuales se dan dos fenómenos en paralelo: la disminución de la autoridad parental, así como la de todas las figuras de autoridad, y el aumento del prestigio del grupo de iguales. La experiencia del botellón es planteada, por muchos jóvenes, como una experiencia de corte: el corte del fin de semana. Es un corte con el otro, llámese ese otro padres, estudios u obligaciones. Por eso esta práctica es planteada como una liberación de los límites. Negados los límites simbólicos, la experiencia del límite se traslada al cuerpo: «Hasta que el cuerpo aguante». Por eso, en estas orgías del week-end , lo dionisíaco va acompañado de su cortejo grotesco y a veces trágico: como el accidente de tráfico o el coma etílico. Porque, cuando la palabra no sirve de límite, el límite lo pone el cuerpo. Si en la época actual se realiza el vaciamiento del lugar del padre, surge el imperio del todos iguales, todos hermanos. Por eso la grupalidad adolescente supone un esfuerzo de rescatar algún referente de identidad. Esa identidad, caídos los ideales, se hace depender, cada vez más, de compartir el mismo goce. El consumo de alcohol tiene, sobre otras formas de goce, la connotación de un triunfo maníaco tan fugaz como falso. Falso, porque la verdad aparece en el auto-desprecio que acompaña al despertar de la borrachera. Pero eso ocurre al día siguiente, mientras tanto prevalece el sentimiento de independencia y dominio frente al mundo exterior y la realidad, así como el sentimiento de pertenencia al grupo. El consumo de alcohol en el botellón se separa de las conductas de dependencia alcohólica que implican el consumo compulsivo y diario de alcohol. El abuso del alcohol en el botellón no es un síntoma de alcoholismo, es un síntoma de ruptura actuada de lo insoportable de las exigencias cotidianas. Es una patología del acto donde se busca, en la anestesia alcohólica compartida, una experiencia de corte que a veces se realiza del modo más dramático. Porque, no aceptar ninguna pena, puede llegar a ser lo más penoso.