Jueves Santo en Sevilla

| XOSÉ LUIS BARREIRO RIVAS |

OPINIÓN

07 abr 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

CADA POCOS AÑOS, cuando el tiempo y los ahorros lo permiten, regreso de nuevo a Sevilla, a vivir la madrugá. Cuando no lo hago, y cuando mi mujer me insiste en que también la Semana Santa de Galicia tiene su devoción y su encanto, me entra una enorme morriña. Y al llegar la noche, cuando sólo la radio me recuerda que amanece el Viernes Santo, siento una profunda nostalgia de los bullicios del Sur, de los tambores y cornetas que pregonan la Pasión, de las saetas que rompen la noche al paso del Gran Poder, y del olor a cera e incienso que viene mezclado con la brisa de azahar y las fritangas y cervezas del barrio de la Macarena. Estoy en Sevilla otra vez, dispuesto a visitar las basílicas por la mañana, a asistir a los solemnes oficios de la catedral por la tarde, y a meterme por la noche en los bullicios de Triana. Y no pienso regresar a Santiago ni a la húmeda seriedad de sus ritos, sin ver como camina la O mecida por sus varales, como dobla en la Campana el Cristo de la Sentencia, o como entra en Sevilla, solemne como ninguno, el paso de las Tres Caídas. Porque todo me sabe a pueblo, a belleza, a fiesta y oración mezcladas a partes iguales. Y porque, a pesar de la deriva mística emprendida por los movimientos cristianos de base y por los puristas de la palabra de Dios, no creo que haya nadie que lea la Pasión de Cristo con la sincera normalidad que le ponen los sevillanos. Pero este año, en medio de los acontecimientos que viven España y el mundo, también Sevilla está presa del terror. La fiera locura que enfrenta los sentimientos y las culturas ha puesto sus ojos sobre las misas del Vaticano, los jubileos de Santiago o los desfiles procesionales de Sevilla, y no faltan personas que, estudiando a su manera la criminal racionalidad de los golpes de la muerte, prefieren quedarse en casa y romper la normalidad de las fiestas del amor y del perdón. Pero yo, a mi manera, también confío en España, en la policía, en Acebes, y en la Providencia. Y por eso quise unir el disfrute de mi vacación a la fiesta de Andalucía y al bullicio irrepetible de sus calles. Con lo que me queda de humor, formaré cuerpo social en las bullas sevillanas. Y con lo que me queda de fe pediré el regreso de la paz. Y rezaré al mismo tiempo por los muertos de Madrid y de Bagdad, por los que mata el terrorismo y los que mata la guerra, por los que son víctimas de la ambición y los que mueren de hambre. Y negaré mi solidaridad a los que dividen el mundo en buenos y malos, y a los que ven la brizna en el ojo ajeno sin ver la viga llevan en el suyo. Porque estaré otra vez en la madrugá de Sevilla, donde todo cabe y se entiende, menos el odio y la guerra.