A COPITO de Nieve nos lo presentó el Nodo , también la televisión. Nos lo propusieron como nueva aportación para aquella ciencia del motor de agua. Su descendencia, su vida, ocuparon el noticiario cinematográfico y los telediarios. Llegó a saberse que en Barcelona, además de Puskas, existía un singular gorila que la hacía única en el mundo. Más tarde supimos de Gaudí, de los nueve novísimos, de Marsé, de Vázquez Montalbán, de Eduardo Mendoza y su Ciudad de los prodigios .... De necesidad puede calificarse la razón por la que Copito de Nieve llegó al zoológico de Barcelona. Nacido en Guinea, las propias condiciones de vida de su país le abocaron a convertirse en un emigrante como tantos. Cuentan que fue encontrado junto a su madre muerta cuando un grupo de agricultores organizaron una batida contra los primates para defender su cosecha. Tendría para entonces tres años. Cuentan que le salvó la rareza en el color de su piel y de su pelo. Pero también podría ser creíble si nos hubiesen contado que, un grupo de agricultores-cazadores lo descubrió con su grupo familiar y asombrados por su rareza decidieron organizar una batida para capturarle y venderle. Algo habitual en tantos países del planeta. Algo habitual en el África de los años sesenta, también antes, también ahora. Un etólogo catalán le dio a Copito una vida de emigrante. La de un emigrante africano, subsahariano, que se ganó a pulso su integración, hasta el extremo que nos permitió descubrir con sorpresa una ciudad singular. Un emigrante imagen de su ciudad de acogida. No una ciudad cualquiera, sino la Barcelona cosmopolita, culta, abierta. La ciudad por la que nos llegó la literatura latinoamericana, el compromiso histórico y la negociación, la nova cançó , la sociedad de la esperanza. La Barcelona renovada con las Olimpiadas, la Barcelona mestiza. Allí, a lo largo de cuarenta años, formando parte entrañable de su ciudad de acogida, vivió Copito de Nieve. Sometido. Integrado. Siempre desde la necesidad. Emigrante guineano. Ciudadano catalán.