DOS MIL, a lo sumo tres mil manos decidirán este fin de semana el futuro de una organización que representa a entre 330.000 y 400.000 gallegos, a tenor de los resultados electorales de los últimos seis años. Es natural en la tradición de los partidos europeos que una minoría ventile los destinos de organizaciones que hablan en nombre de centenares de miles de ciudadanos. El particularismo del BNG reside en que en su asamblea pueden participar todos sus afiliados, pero éstos no son más que una gota en el océano de sus votantes, en una proporción de un militante por cada 50 electores. Esos son los sin papeles , los que no tienen carné porque no lo quieren y porque hasta ahora no se han dado las condiciones para que vayan en masa a buscarlo. Una parte de ese electorado es emigrante, pues antes dio su papeleta a PSOE, PSG, EU, CG o incluso al PP. Otra, tan o más importante, es genuina, la de la generación de quienes comenzaron a votar ya en la autonomía y siempre han sido fieles al BNG, aunque en el 2001 algunos se quedaran en casa. El rasgo más característico que los une a todos reside en que a menudo dan su papeleta al Bloque para expresarse contra algo, más que por coincidir con sus postulados o ser acérrimos defensores de sus líderes. Votan contra Fraga, Aznar, Vázquez, las cuotas lácteas, los eucaliptos, el caciquismo o el enchufismo. También lo hacen a favor de algo, pues según el Centro de Investigaciones Sociológicas, el factor fundamental para elegir al BNG es «la defensa de los intereses de Galicia». Pero el Bloque de mejor rendimiento ha sido siempre aquel que juega a la contra. Apenas 8.000 personas militan en el BNG. Este dato costó mucho conseguirlo y más difícil todavía resultó desentrañar ese complejo mundo interno de diez grupos organizados que apenas representan a un 25% de la militancia pero lo controlan todo. El Bloque es genuinamente gallego, opaco, tan poco transparente como las grandes empresas gallegas, y dividido en leiriñas . El telón sobre lo que ocurre dentro está cayendo y el minifundismo puede saltar por los aires si un concejal de Ponteareas logra el domingo sentarse con cuatro compañeros en el hasta ahora exclusivísimo club de la dirección. Roberto Mera, y en menor medida Camilo Nogueira, le han dado emoción a una asamblea que, de cumplirse el plan de Anxo Quintana, hubiera sido un aburrimiento, pese a la trascendencia histórica de su asunto principal, el relevo de Beiras, el hombre que, conjuntamente con la UPG, sacó al BNG de las cavernas. A estas alturas Beiras y el control de la UPG suponen un freno para un nuevo crecimiento. Éste sólo puede llegar por el acercamiento a esos votantes no afiliados, consumistas y nada comunistas, con frecuencia castellano parlantes y, desde hace tiempo, huérfanos de un proyecto político con el que ilusionarse.