¿De qué se habla en España?

OPINIÓN

25 oct 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

DESPUÉS DE analizar los treinta diarios de mayor difusión en España, llegué a esta desalentadora conclusión: las noticias publicadas ayer sobre el francotirador de Wa-shington ocupaban un espacio cuatro veces superior al de la cumbre Chirac-Schröder. Y, mientras cualquier español puede saber el color y la matrícula del Chevrolet Caprice Classic utilizado por J. A. Muhammad, muy pocos lectores pudieron conocer la propuesta de crear una ciudadanía europea y una Cámara de representación de los Estados que impulsa la Convención que preside Giscard d'Estaing. Y eso es tanto como decir que, mientras se diseñaban las líneas maestras de la Europa en la que vamos a vivir, y mientras se hablaba de lo que puede ser una potencia capaz de remodelar los equilibrios de poder dinamitados por Bush, los cultos ciudadanos de la Unión Europea se dedicaban a leer detalles y chorraditas sobre la vida y milagros de un loco asesino. ¿Y por qué suceden las cosas así? Primero, claro está, porque tenemos un modelo informativo deslocalizado y extemporáneo, que sólo se sostiene porque no hay otro, y que, incapaz de convertirse en un instrumento de vertebración de las sociedades, pretende subsistir a base de abandonar el núcleo duro de la inteligencia y el progreso y ponerse al servicio de los reality shows de consumo masivo. Segundo, porque todavía no existe una sociedad civil europea que actúe como verdadera interlocutora del poder. Y tercero porque, tocados por la varita de la fortuna histórica, sin miedo a las guerras ni al hambre y con la sensación de ser la élite mundial del bienestar, no tenemos ningún inconveniente en que la Europa Unida sea construida por una tecnocracia que, recordando el lema de los déspotas ilustrados, lo hace «todo para el pueblo, pero sin el pueblo». El camino seguido por Europa en los últimos cincuenta años me obliga a ser optimista. No temo nada, sino al contrario, de la subida de presión en la locomotora franco-alemana, y estoy convencido de que un horizonte de mayor rigor presupuestario puede ser muy beneficioso para las políticas que, como la nuestra, empiezan a coger los vicios de la sopa boba. Por eso me gustaría ver las cosas de Europa en nuestra agenda política e informativa, sin rendir más tributo al parroquialismo cicatero de lo que nos dan o nos quitan. Pero de momento no tengo esperanzas. Porque sé muy bien que si un periódico no informa del calibre del rifle del asesino, pierde lectores. Y porque, cuando escucho a Ana Palacio hablando de Europa y generando debate político, no puedo evitar la depresión. Por eso le doy gracias a Dios por haberme enviado al mundo en un tramo de la historia que discurre cuesta abajo.