«Pedro Sartaña»

| UXÍO LABARTA |

OPINIÓN

CODEX FLORIAE

07 sep 2002 . Actualizado a las 07:00 h.

QUE LOS DESPEGUES industriales hayan tenido su origen, o su soporte, en el comercio marítimo, no hace al caso. Nunca hubo entre nosotros aprecio por el mar más allá de la riqueza que generó. Somos una tierra marinera pero no marítima, y por ello sería vano pretender un museo como el de Ámsterdam, pero si algunas entidades e instituciones se animan, bajo el emblema del Bernardo Alfageme y del recuperado Carmen Barcia, podremos ver esa iniciativa de la federación de vecinos de Vigo convertida en una esperanzadora recuperación de lo propio. Propio: las décadas de los años 50 y 60 en Noia. Transporte de pasajeros y mercancías con Muros. Ritmo diario de motor y de bocina, en horario de mareas altas. Llegadas y salidas del Carreto, bruñidos bronces en sus ojos de buey y en las barandillas que guardaban sus bordas. Para recorridos más cercanos, entre San Cosme del Tambre y Noia, o entre ésta y Portosiño, los sancosmeiros -vela latina, fondo redondo de poca quilla y ancha manga- con sus cargas de cebollas y patatas, también ganado, para el mercado y la feria. A veces barricas de vino -e logo, ¿ tamén subíu o vento?-. En época, con berberechos de Testal. Otras veces, remolcando gabarras con cargas de arena de la barra del Tambre para la construcción. En lunas de mareas vivas, esperando en la Misela, los motoveleros, tres palos y un caballo de potencia por tonelada de registro bruto, el mayor cabotaje que soportaban los muelles de Noia. Hermosos barcos ya desaparecidos: El Pedra Sartaña , y el Delfina Barcia . El primero, como otros, entre la vejez y la competencia del transporte terrestre. El Delfina , luego de un tiempo como barco de turistas, dio en trasunto de patera con emigrantes ilegales entre las islas Canarias y Venezuela, donde terminó sus días. Barcos asombro de niñez y gozo de juventud, amores soterrados de una vida en la que hoy, recordando, se aparecen majestuosos e imponentes, avanzando por una ría escasa o acoderados al vecino muelle del aserradero de Barcia, adonde nos acercábamos a bordo de la Tita, un bote estilizado de la lista tercera, con popa en espejo y timón de caña, casi siete metros de eslora y seis remos firmes en sus horquillas de bronce, en los inicios de conocer el mar. Días felices, nunca sabedores de adonde la vida nos llevaría: una Terranova a bordo del Ribadeo o los mil recorridos iniciáticos a bordo del Carrasca en las costas gallegas. Tampoco de un bautizo de mar afuera, en el Ártabro, a bordo de una pareja coruñesa, tres días de aceite quemado en el paladar que se prolongarían otros siete más, ya en tierra. Modestas vidas marítimas para recordar en alguno de los infinitos rellenos de nuestras rías.