YA SE OYEN LAS GAITAS GAITERAS

La Voz

OPINIÓN

XOSÉ LUÍS BARREIRO RIVAS

14 dic 2001 . Actualizado a las 06:00 h.

A muchos amigos míos -gallegos y no gallegos- les parece emocionante. ¡Miles! ¡Millones de gaitas!, que abouxan con sus roncos el cielo de Compostela, mientras el viejo presidente avanza con paso cansino al encuentro de la historia. Es la revolución de los pobres, la paradójica modernidad del ancestro, el orgullo galaico que asombra al mundo con su avalancha de autoidentificación colorista y ruidosa. Para otros, en cambio, es una ceremonia ridícula, que nos pone las orejas coloradas y devuelve la democracia a su rudimentario origen, como si, en vez de asumir con sencilla solemnidad las propias responsabilidades, se festejase con infantil griterío la derrota del contrario. Para los que están a favor, y para los que cobran por tomar partido en las tertulias de Madrid, la ya tradicional gaiteirada es una prueba más de la conexión de Fraga con las gentes y la cultura de Galicia, y poco les falta para decir que fue el presidente el que inventó la palleta, acopló el fol al punteiro y compuso con su pluma la Alborada de Veiga. Para los otros, que nunca dejan de ver a un ministro de Franco reciclado a galleguista, es evidente que estamos ante una manipulación cultural puesta al servicio de un poder muy parecido al caballo de Atila. Y es que donde pisa Fraga, con la gaita, con las medallas Castelao, con las citas de Leiras Pulpeiro o el pesebre de los intelectuales galleguistas, no vuelve a crecer la hierba. Para mí, la verdad, es como un extemporáneo y nostálgico desfile triunfal, más propio de Aída, o de Marco Antonio y Cleopatra, que de una sociedad madura que vive y entiende la democracia. Y por eso me es imposible ver y oír tan ridícula ceremonia sin parafrasear a Rubén Darío: ¡Ya viene el cortejo! /¡Ya viene el cortejo!/ ¡Ya se oyen las gaitas grilleras!/ El voto se anuncia con vivos tambores;/ Ya viene, urna y sobre/ el cortejo de los vencedores. Claro que este jolgorio no tiene más importancia que la que se le quiera dar. Pero no deja de fastidiarme que, mientras el mundo habla de cosas dramáticas, mientras la Universidad sufre la frustración de la LOU, y mientras el AVE de Galicia se queda en una sierpe jadeante casi decimonónica, con vías anchas y sin electricidad, el poder gallego se vaya a bailar al Hórreo -¡tiroliro, tiroliro!- como si el ruído pudiese sustituir a las nueces. Pero a la gente le gusta la farra, y no quiere que le amarguemos la fiesta. Ni yo, que soy un resentido, ni Curros Enríquez, que era un descreído pesimista. Por eso les pido que se olviden de los versos que dedicó el poeta al gaiteiro de Penalta: Nunca se puido avriguar,/ véndolla repinicar,/ por qué, o son da gaita/ ouvindo/ cantos bailaban sorrindo, / acababan por chorar. ¡Ojalá se haya equivocado!