RECLUTAS TRASATLÁNTICOS

La Voz

OPINIÓN

JUAN CARLOS MARTÍNEZ MUY AGUDO

18 jun 2001 . Actualizado a las 07:00 h.

Aquel era un modelo agotado. Desde los primeros años 80, cuando en las guarniciones de montaña se movía el rumor, o el chiste, de que pronto se cambiarían las mulas por helicópteros, el ejército dejaba saber que el futuro de la defensa no estaba ya en los grandes contingentes humanos, sino en la tecnología, en la especialización y en la coordinación con las estructuras militares de los aliados. Y a continuación vino la oleada de la objeción de conciencia y de la insumisión. La mili clásica perdió el fervor popular. El proyecto de los 90 era un ejército moderno, adaptado a los tiempos de la defensa vía satélite, de los misiles con cámara de televisión en la proa, de los objetivos localizados por usar un teléfono móvil. Era un ejército profesional, sin fiesta de los quintos ni melancolías ahogadas en calimocho. Tal vez tantos años de rechazo a aquella literatura y aquella épica de los pobres ha contaminado la imagen de estas nuevas fuerzas armadas. A pesar del desempleo, no se consiguen voluntarios suficientes para las plazas existentes. Y entonces nos acordamos de la diáspora. Tanto han cambiado las cosas que este país exportador de mano de obra es ahora un paraíso para muchedumbres arruinadas de los países del Este, de África y de América Latina. Como el nuestro es un ejército profesional, pero no colonial, la oferta se dirige a los descendientes de aquéllos que embarcaron en Vigo o en A Coruña para hacer las Américas, y que, si no dinero, sí hicieron familias. Sus nietos son jóvenes ciudadanos de repúblicas empobrecidas por la deuda externa, por la corrupción de sus gobernantes, por la posición periférica y secundaria frente a los grandes centros de negocio mundiales. En las conversaciones previas al toque de retreta se hablará, pues, con eses en lugar de zetas; habrá en las conversaciones un variado intercambio de acentos y de experiencias, un cruce de paisajes exóticos con raíz común en las tierras de emigrantes de la verde Galicia. Todo ese acervo cultural no es de despreciar. Es posible que la aportación de estos soldaditos trasatlánticos a un ejército en proceso acelerado de cambio sea bastante más rica que la de los quintos de nuestros pueblos, imbuidos en el principio de «voluntario, ni para coger billetes». Que el destino les sea propicio y no haya que inscribirles un epitafio como aquel de Kipling al cipayo hindú: «Este hombre en su tierra rezaba no sabemos a qué Poderes. Nosotros le rezamos para pagarle por su bravura en la nuestra».