La tormenta perfecta

MOTOR ON

Oliver Killig

21 sep 2021 . Actualizado a las 11:02 h.

Ya lo habíamos vaticinado en este mismo espacio en el mes de mayo, las cosas se estaban poniendo muy feas para el sector del automóvil. Pero ahora, cuatro meses después, sabemos que aquellos nubarrones se han convertido en la tormenta perfecta que asola estas semanas a la automoción. Una tormenta, cuya virulencia ya empieza a cobrar víctimas, como los 900 jóvenes empleados por Stellantis en un turno de fin de semana que por falta de microchips dejarán su puesto de trabajo.

Y solo es la punta del iceberg, porque la tormenta que afectó primero a la parte industrial, con las empresas auxiliares incluidas, está ya afectando a la parte comercial y de distribución. No hay microchips, no se fabrican coches y, por tanto, los concesionarios no disponen de vehículos para vender. Aunque no se lo crean, en algunos concesionarios gallegos ya han tenido que rellenar sus escaparates y zonas comerciales con coches de ocasión, para simular, al menos, una apariencia normal. Pero esta situación tampoco se puede prolongar mucho tiempo y pronto empezaremos a notar los estragos de esta tormenta perfecta que algunos han visto venir desde lejos, avisados muchas veces desde los propios medios de comunicación, pero que no han hecho nada por evitar.

Supongo que lo de los microchips, el desabastecimiento de esas piezas electrónicas que se prodigan por doquier en todos los sistemas de un coche nuevo, es un hecho coyuntural inevitable tras una pandemia. Pero lo que sí se podía haber evitado es que en pleno confinamiento, con lo que supone para toda la industria europea la paralización de la economía, se siga adelante con todas las medidas medioambientales que tratan de sacar del medio a los coches de combustión, señalados como los grandes causantes de la contaminación del planeta, aplicando multas a los fabricantes que incumplan las cuotas de emisiones.

Todo ello en medio de unos planes demasiado acelerados para completar la electrificación del sector a quince años vista, lo que ya empieza a manifestarse como imposible porque la infraestructura eléctrica no lo permitirá. Y sobre todo en España, que va en el furgón de cola de Europa.

No se trata de ser negacionista en este tema, ni de obviar que el planeta exige medidas contundentes, pero todos sabemos que mientras se nos obliga, casi, a comprar coches eléctricos, se está dejando que cada día circulen por nuestras carreteras millones de vehículos con diez, quince o veinte años de antigüedad, que emiten cinco veces más emisiones que uno de los diésel nuevos que todavía quedan (aunque pocos) en los concesionarios. Creo que era por ahí por donde debíamos haber empezado, facilitando esa renovación de coches antiguos. Y la transición eléctrica hay que hacerla poniendo antes los cimientos que el tejado, es decir, los cargadores antes que los coches. Aunque para eso hay que renovar la casi totalidad de la red eléctrica europea, que no es moco de pavo.

En los próximos meses contemplaremos los efectos que esta tormenta perfecta causa en la automoción, que paga el pato de la cobardía de algunos políticos europeos, sentados en Bruselas, que no quieren coger el toro por los cuernos en el tema medioambiental.