Jaque al comercio global

MERCADOS

DENIS BALIBOUSE

09 may 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

Uno de los efectos más visibles de la pandemia es el fuerte impacto que ha tenido sobre el comercio global. Aunque los temores iniciales de que el retroceso podría llegar hasta el 30 % del total no se han cumplido ni de lejos, es indiscutible que este ha sido un pésimo año para los flujos comerciales. Por dar un dato, exportaciones e importaciones cayeron entre un 9 y un 10 % en la eurozona en 2020. Cuestión interesante es si se trata de un movimiento coyuntural, debido a las condiciones excepcionales que la economía ha vivido, o si se trata de un cambio estructural, algo que ha venido para quedarse.

Todo sugiere que esto último es lo cierto, debido principalmente a dos fenómenos: la ruptura de las cadenas globales de valor y la percepción muy generalizada en diversos países -causada por los traumáticos episodios de escasez de respiradores o vacunas- de que hay sectores estratégicos cuya apertura a los mercados internacionales debe ser restringida. Curiosamente, los movimientos proteccionistas han afectado tradicionalmente a las importaciones; ahora en cambio, en buena medida, se proclaman como necesarios sobre algunas exportaciones. En todo caso, son tendencias que no resultarán fáciles de revertir. Es significativo que, en Estados Unidos, donde con la Bidenomics muchas cosas han cambiado en la marcha de la economía, en el caso del comercio no parece que haya muchas diferencias entre el actual Buy American y el American First de Trump.

Conviene recordar que ya en los últimos diez años el comercio global ha estado sometido a fuertes presiones, que lo han alejado de las tendencias de la fase previa. Así, entre 2008 y 2018, las medidas proteccionistas dispuestas en el conjunto mundial más que se doblaron, mientras que en ese mismo período las inversiones directas se redujeron a la mitad. E incluso más significativo: se produjo por entonces un claro repliegue del multilateralismo (con un mayor peso relativo de los bloques regionales) e incluso se dio un cierto número de casos de simple cierre de mercados (como el muy notable de la prohibición de algunas empresas tecnológicas de operar en ciertos países).

No hay duda, sin embargo, de que todo ello se vio intensificado con la crisis sanitaria: a partir de ahí las tendencias del comercio se han hecho decididamente más oscuras. Casi todos los ejercicios de prospección apuntan en esa dirección. Por ejemplo, en un reciente informe de la agencia norteamericana de inteligencia se afirma que, con una perspectiva de largo plazo, viene «un entorno más complejo y fragmentado para el comercio y más hostil para el multilateralismo», de forma que el crecimiento económico inducido por el comercio se reducirá significativamente (National Intelligence Council, Global Trends 2040, marzo 2021).

Malos tiempos parecen venir, pues, para el comercio global, hace no mucho tan boyante. Hay, sin embargo, algunas razones para el escepticismo sobre esa visión tan negativa. Mencionaré dos. La primera es que las rupturas del orden internacional llegan cuando la cooperación a esa escala es más necesaria que nunca: es fácil demostrar que las vacunas, la salud pública o el medio ambiente son bienes públicos globales y que como tales deben ser regulados. Y la segunda, que en estas materias se cumple aquello de que «el que fue a Castilla perdió su silla»: así lo prueba el caso del acuerdo comercial del Pacífico (en el que la retirada norteamericana por parte de Trump ha regalado a China una posición estratégica de privilegio). Cuestiones como estas pueden hacer que, a la hora de la verdad, no pocos gobiernos inhiban sus instintos de limitar su exposición a la apertura internacional. Tendencias claras, por tanto, pero en absoluto irreversibles.