Hacia un modelo de desarrollo a largo plazo

Javier Seijas

MERCADOS

28 oct 2018 . Actualizado a las 13:40 h.

Tenemos un problema como ciudadanos solidarios con nuestros convecinos que trabajan en Alcoa. Y no solo eso: lo tenemos con nuestra tierra, que desea progresar, mantener sus trabajos y desarrollar sus recursos para crear riqueza. Y estamos convencidos de que debemos como colectivo encontrar solución.

Al mismo tiempo, como contribuyentes gallegos, debemos preguntarnos: ¿Cómo ha sido posible que en nuestra supuesta política industrial las subvenciones multimillonarias otorgadas a Alcoa no llegasen ni a garantizar la continuidad de la actividad en A Coruña y Avilés? ¿Cómo es posible admitir que tal cantidad de recursos públicos se hayan destinado a una finalidad tan frustrante?

Dejando a un lado la sorpresa por la ausencia de protocolos de garantía, auditorías o procedimientos para la validación de los compromisos supuestamente suscritos con la empresa Alcoa, una vez más añadimos a nuestra historia económica un fracaso financiado por todos, por más que para alguno el dinero de todos «no es de nadie», posición desde la que se entendería mejor una opaca política consistente en subvencionar costes de producción sin la mínima contrapartida ni siquiera de continuidad, en lugar de una política de ayudas empresariales que contribuya a consolidar proyectos tecnológicos.

Será que, como observó Adam Smith, el padre de los economistas modernos, «rara vez se verán juntarse los de la misma profesión u oficio, aunque sea con motivo de diversión o de otro accidente extraordinario, que no concluyan sus juntas y sus conversaciones en alguna combinación o concierto contra el beneficio común, conviniéndose en levantar los precios de sus artefactos o mercaderías». El caso es que malgastamos recursos que se escapan por el sumidero de nuestra incapacidad para obtener su potencial valor añadido.

Alcoa necesita tanta electricidad como la que consumen las ciudades importantes de Galicia y el gasto en energía es el gran problema que justifica el comportamiento de la multinacional. De modo que el precio de una energía que no producimos de manera competitiva ni suficiente es soportado por las familias y pequeñas empresas en favor de sectores altamente demandantes. Es más, escatimamos una política energética democrática hacia nuestras explotaciones agrícolas y ganaderas, forestales, etc. a quienes ni siquiera permitimos la producción propia a partir de fuentes renovables.

Reconocemos la responsabilidad social contraída con los trabajadores, que es tanto su derecho como nuestra obligación, que cuentan con nuestro apoyo solidario. Pero no debe ser menos firme la obligación de evitar la coartada para el mantenimiento de un estado de la situación en que da la impresión de que los trabajadores nunca fueron el verdadero objeto de atención.

Tomemos nota de los fracasos, y trabajemos en madurar un modelo de desarrollo con verdadera óptica de largo plazo, centrado en el aprovechamiento sostenible de los buenos recursos que disponemos en Galicia. Las nuevas tecnologías, la robotización, y la necesidad de cambiar hacia un modelo sostenible y energéticamente eficiente han de llegar también a nuestros sectores tradicionales, que son, no lo olvidemos, aquellos en los que somos realmente resistentes, competitivos, y están menos amenazados por la deslocalización: el agro, el forestal, la pesca, … Hagámoslo con el convencimiento de que sin el desarrollo de las zonas rurales, el de las urbanas y cabeceras comarcales siempre será endeble. Hagámoslo dando el protagonismo a las personas que conocen el terreno, mejoremos su formación, respetemos y apoyemos sus iniciativas, y permitámosles emprender.

Tienen fama los escoceses de ser desconfiados y tacaños. Adam Smith, escocés, economista y filósofo ilustrado, también escribió: «El gobernante que intentase dirigir a los particulares respecto de la forma de emplear sus respectivos capitales, tomaría a su cargo una empresa imposible, y se arrogaría una autoridad que no puede confiarse prudentemente ni a una sola persona, ni a un senado o consejo, y nunca sería más peligroso ese empeño que en manos de una persona lo suficientemente presuntuosa e insensata como para considerarse capaz de tal cometido».

Han pasado más de dos siglos, el mundo ha cambiado con velocidad, y este pensador escocés sigue mereciendo nuestra atención.

Javier Seijo es economista del Grupo Colmeiro y profesor de la Uned en A Coruña.

El precio de la energía condiciona la producción