«Invertimos mucho para no dejar nuestra vocación artesana»

María Cedrón REDACCIÓN / LA VOZ

MERCADOS

rober amado

08 jul 2018 . Actualizado a las 04:45 h.

«Estamos entusiasmados con un nuevo proyecto: una línea hecha con fruta fresca»

Van por la quinta generación. La empresa la fundó la tatarabuela Cándida Tábora y luego llegaron cuatro generaciones más de Josés. Al frente de esta confitería artesana está ahora José Tábora, el gerente de una compañía fundada en 1870 y que ha ido pasando de padres a hijos gracias a conservar su espíritu artesano y a que ha sabido diversificar desde que la tatarabuela optó por dejar las telas que ofrecía junto con rosquillas de mercado en mercado para quedarse únicamente con los dulces. «Calculamos que en torno a 1898 abrió la primera pastelería en Silleda. Fue en un local que ya no está. El actual fue construido en 1934. En un primer momento tenía una confitería ultramarinos, pero nuestras rosquillas comenzaron a ser conocidas en la Exposición Regional Gallega de 1909, en Santiago. Eso está documentado. En 1970 abrimos despacho en Santiago y hace unos veinte años comenzamos con la galletería porque la confitería artesanal es muy estacional. Las galletas nos permiten tener actividad que cubre todo el año. No hay altos ni bajos».

Su historia es larga, pero José Tábora hace un resumen rápido antes de pararse a pensar en cuál es el secreto de una empresa que ha traspasado la barrera de los cien años. No solo eso. Porque ahora, como cuenta, «distribuimos productos en hoteles, restaurantes de Barcelona, Madrid, Bilbao o Sevilla y también en zonas gourmet de grandes superficies». Por no hablar de clientes particulares que tienen en Londres o en puntos de toda la geografía española gracias al lanzamiento de una web donde pueden hallarse desde melindres a bicas, galeguiñas mantecadas o la popular tarta de Santiago. «Todavía no es rentable, pero empieza a dar frutos», dice.

¿El secreto de vivir tanto? «No lo sabemos ni nosotros», responde el responsable de una empresa que continúa en manos de la misma familia desde que echó a andar. Al 100 %. «No hay ningún accionista externo», cuenta. Pero aunque dice no conocer la clave de llevar abierta más de 100 años, basta escuchar la respuesta a la pregunta de qué buscan aquellos cuyo paladar ha quedado prendado de los productos de Tábora Confitería para saberlo. Porque el proceso de fabricación, incluso el de las galletas, es totalmente artesano. «No hay más que probar. Hacemos una confitería muy artesanal. Muchas empresas añaden conservantes para que sus productos puedan aguantar durante más tiempo. Pero no hacemos eso. Ahora invertimos mucho para no dejar nuestra vocación artesanal. Nuestra pastelería es toda envasada al vacío. Gracias a eso no tenemos que usar ningún producto. Estamos fabricando como hace cien años».

Ahora trabajan ocho personas en la empresa. «Somos pocos porque estamos muy mecanizados. Además, la logística la subcontratamos». Otro de los secretos que guarda es que lo que hace le gusta. Y mucho. «Es muy apasionante porque puedes estar permanentemente innovando», dice. No cabe duda de que esa es otra de las razones de por qué han sobrevivido tanto tiempo. Su nuevo proyecto es lanzar una línea de pastelería elaborada con fruta fresca. «Estamos entusiasmados porque creemos que es algo muy interesante. Además, pensamos que es un modo de introducir a los más pequeños en el consumo de fruta con un producto artesanal».