El «Plan Juncker» a examen

MERCADOS

FREDERICK FLORIN | AFP

El milagro europeo para multiplicar «los panes y los peces» no logra revitalizar la economía. Con el programa se pretendía reducir los elevados índices de desempleo, como en España

24 ene 2016 . Actualizado a las 11:28 h.

¿Cómo se convierten 21.000 millones de euros en 315.000? Cualquier persona tendría dificultades para hacer un ejercicio de elasticidad financiera de ese calibre. Al presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, no le asustó el reto cuando el 15 de julio del 2014 anunciaba sin pestañear la creación de un todopoderoso plan de estímulo europeo para relanzar la economía de la Unión a lo largo de los tres años siguientes. Un reguero de financiación canalizada «sin recurrir a la ingeniería financiera», según el luxemburgués, quien bautizó a la criatura con su propio nombre: Plan Juncker. Pero, ¿para qué se concibió el plan, de dónde se han sacado los fondos y qué ha sido de él?

Un salvavidas económico

Cerrar la brecha de financiación entre los países del Norte y del Sur de la Unión Europea, reducir las meteóricas cifras de desempleo, reorientar la economía de la UE hacia sectores más eficientes y de mayor valor añadido, servir de lanzadera a la tímida recuperación tras siete años de crisis ininterrumpida...El Plan Juncker se concibió como un proyecto multitarea que vio la luz en medio de enormes críticas.

El programa, pilotado por el vicepresidente de la Comisión, el finlandés Jyrki Katainen, aspiraba a funcionar como contrapeso a las políticas de consolidación fiscal que exigía Alemania a sus socios europeos. La realidad constató que el exceso de austeridad estaba frenando el crecimiento potencial de estos países, especialmente los golpeados por una crisis que hundió la inversión un 15 %: «La UE adolece de la falta de inversiones como consecuencia de las limitaciones presupuestarias y del débil crecimiento (...). Esto ralentiza la recuperación y afecta negativamente a la economía, el empleo, las perspectivas de crecimiento y la competitividad», reconoció la Comisión. Bruselas echó mano de su hucha para abrir las puertas a la financiación en aquellos países donde las restricciones presupuestarias reducían al mínimo su capacidad de impulsar o respaldar proyectos de alto riesgo en el terreno de las infraestructuras, los transportes, la energía y la investigación. 

El plan fue diseñado como un salvavidas para mantener a flote la economía y reducir al mínimo el impacto de la brecha en materia de cohesión entre una Europa que, de hecho, rueda a distintas velocidades.

El milagro multiplicador

El escepticismo siempre ha rodeado al Plan Juncker. Su equipo se encomendó al «efecto multiplicador» para lograr el éxito del programa de inversión. Según sus cálculos, por cada euro invertido del plan, se generarían otros 15 procedentes de la colaboración del sector privado y la aportación de los Gobiernos nacionales, un gesto que no se tendría en cuenta a la hora de calcular los esfuerzos para ajustar el déficit de los socios incumplidores del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, España entre ellos.

La UE y el Banco Europeo de Inversiones (BEI) pusieron 16.000 y 5.000 millones de euros, respectivamente, a disposición del denominado Fondo Europeo de Inversiones Estratégicas (FEIE) para financiar negocios de pymes europeas y proyectos considerados de «alto riesgo», en los que se necesitan garantías para animar al sector privado a invertir en vista del escaso apetito de quienes gozan de mayor liquidez y de la escasa capacidad y voluntad del sector bancario a extender el crédito. 

Este milagro, el de convertir 21.000 millones de euros en 315.000 es lo que se conoce en los pasajes bíblicos como la «multiplicación de los panes y los peces». Para Bruselas, el objetivo siempre ha sido «realista». ¿De dónde salieron los fondos? La mayor parte no es dinero fresco. Son trasvases de un cajón a otro de los presupuestos plurianuales de la UE. Donde el plan marca la diferencia es en orientar el flujo de liquidez hacia terrenos considerados de importancia estratégica para el futuro de Europa. Para ello, en el mes de febrero se pondrá en marcha un portal único que dará visibilidad a proyectos atractivos para los inversores privados. También se incluye en el plan una oficina, operativa desde septiembre, para asesorar a las empresas en la búsqueda de fuentes de financiación alternativas. Las cuentas de la lechera de Bruselas indican que hasta finales del 2017, la UE podría incrementar su PIB hasta en 410.000 millones de euros y generar entre un millón y 1.300.000 puestos de trabajo.

¿Se obró el prodigio?

El documento no ha naufragado, como pronosticaban los expertos más pesimistas, pero tampoco ha sido el revulsivo económico que necesitaba la UE para abandonar la camilla tras años en la UCI. El balance está siendo muy modesto. Hasta ahora se ha conseguido movilizar 50.000 millones de euros, un 16 % del objetivo final. La mitad se han generado a través de 42 proyectos de infraestructuras e innovación y la otra mitad en 84 acuerdos de financiación para actividades de pymes. «Estoy realmente satisfecho (...) Esto demuestra que el plan está funcionando bien y que estamos cumpliendo nuestra promesa de que Europa vuelva a invertir», asegura optimista Jyrki Katainen. Pero los tímidos avances no se traducen en cambios macroeconómicos. La UE y la eurozona siguen empantanadas en cifras de crecimiento anímicas (2 % y 1,8 %, respectivamente para este año) y con unas perspectivas todavía más frías para el 2017, cuando solo se crecerá una décima más. Tampoco parece que el desempleo esté notando la diferencia. España sigue en cifras calamitosas (21,8 %) y otros países como Francia, no conseguirán reducirlo del 10,4 % al 10,2 % hasta el 2017. Ni el Plan Juncker ni el programa de estímulo urgente de 2.000 millones de euros anunciado por el presidente galo, François Hollande, sacará al país vecino del «estado de excepción por paro». Esto plantea de nuevo la necesidad de dar un giro a la política económica de la UE. Abrir el camino a la expansión fiscal, a la flexibilidad presupuestaria y dejar de apostar todas las cartas a soluciones ambiciosas pero coyunturales.

¿Se ha beneficiado España?

Desde el arranque del Plan Juncker, España ha conseguido el visto bueno a seis proyectos empresariales que han conseguido movilizar un total de 2.331 millones de euros. «Es una muy buena noticia para el empleo y el crecimiento en España que seis de los proyectos aprobados por el Consejo del Banco Europeo de Inversiones (EIB) sean en áreas como la investigación y el desarrollo, la energía o las infraestructuras», celebra Katainen. Gryfols Biosciencie R&D Spain recibió 100 millones de euros del FEIE de los 241 que necesitaba para poner en marcha su iniciativa para mejorar el tratamiento médico de enfermedades como el Alzheimer. Redexis, la compañía dedicada a la extensión de la red de distribución de gas en zonas remotas y rurales de España, consiguió 160 millones de euros del Fondo de los 326 movilizados. Otras tres iniciativas para mejorar las infraestructuras de transporte y acceso a los puertos españoles, de transporte marítimo sostenible y de infraestructuras para la distribución de energía han recibido el respaldo del BEI.

Abengoa, fracaso con acento español

La nota discordante la pone Abengoa. La primera apuesta del BEI sobre un proyecto español ha tenido muy poco recorrido. A la compañía, ahora en preconcurso de acreedores, se le había concedido un respaldo de 175 millones de euros de los 313 que movilizó para su apuesta por el desarrollo biotecnológico y su aplicación en el ámbito de la energía. Ante el estrepitoso fracaso de esta inversión, el Ejecutivo de Bruselas prefiere no hacer comentarios: «No comentaré proyectos, pero hemos de recordar que el FEIE puede tener algunas perdidas, porque asume riesgos. Esta es la razón por la que establecimos el fondo de garantía, para financiar proyectos que presentan más riesgos, para permitir una financiación rápida y para atraer inversores privados al asumir las primeras pérdidas», se justifica Katainen.

Desconfianza

El programa no acaba de convencer ni a propios ni extraños. En un principio, solo nueve países miembros, se mostraron dispuestos a participar en el programa aportando fondos (Reino Unido, Alemania, España, Francia, Italia, Luxemburgo, Polonia, Eslovaquia y Bulgaria). Bruselas achaca las dudas a la necesidad de hacer más esfuerzos para «vender» y dar a conocer el plan. Existe una enorme dificultad para involucrar a terceros en las plataformas de inversión. Incluso China, favorable a extender sus tentáculos hasta los proyectos tecnológicos europeos, mantiene sus reservas en torno a cómo negociar su participación.