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SOS desde el templo de la ciencia marina

Lucía Vidal REDACCIÓN / LA VOZ

SOMOS MAR

Lucía Vidal / Álex López-Benito

Con investigadores de referencia internacional, los recortes ahogan al Oceanográfico de Vigo

18 may 2018 . Actualizado a las 12:21 h.

Llevan casi cuatro años con el agua al cuello. El Instituto Español de Oceanografía (IEO) de Vigo se ahoga por los recortes económicos. La falta de fondos mantiene paralizada una máquina vital para su tarea: la autoclave, que esteriliza el agua de mar y de la que depende la supervivencia de cultivos con los que han estado trabajando durante tres décadas.

Para que se hagan una idea, es como si a un panadero se le avería el horno. De momento van tirando con un recipiente de presión más pequeño, «pero que non cubre nin de lonxe as nosa necesidades». La suplente tiene el tamaño de una lavadora y ya ha dicho basta en tres ocasiones. Y lo peor es que el expediente para la compra de una nueva está aprobado. Siguen esperando noticias de Madrid.

El cartel «No funciona» se extiende a otras instalaciones básicas, como el ascensor. Los trabajadores bajan y suben tres pisos a veces cargados con garrafas de hasta treinta litros. Y en la planta de cultivos, algo así como la joya de la corona, no pueden calentar el agua a la temperatura deseada, un factor clave para la supervivencia de las larvas.

La burbuja de la penuria estalló en el 2014, momento en el que la situación de carencia se agravó tras introducirse un nuevo y estricto sistema de control económico y financiero. «Las trabas que nos ponen son tan engorrosas que acabas dedicando más tiempo al papeleo que a lo verdaderamente importante» lamenta Juan Bellas, profesor de Investigación en el área de Contaminación Marina. En el 2013 se ejecutó un 90 % del presupuesto. En el 2017, menos del 50.

«No es tanto que no dispongamos de dinero, como que no se gasta. Un contrato de personal está tardando una media de entre doce y dieciocho meses. Cuando los investigadores se incorporan al proyecto, este ya va por la mitad», lamenta Bellas. Desbordado y frustrado. Así se siente un equipo que suple la falta de recursos con vocación y muchas horas extra. «Tenemos investigadores marinos que son referencia internacional. Hemos tenido que renunciar a proyectos porque no nos vemos capaces de sacarlos adelante», denuncia.

Difícil ecuación aquella que pasa por hacer ciencia competitiva sin medios. «Sería tirar por la ventana el esfuerzo de muchos años, y todo el prestigio que tenemos», asegura Blanca Álvarez-Blázquez, inmersa en el desafío de criar mero en cautividad: «Ya lo hemos conseguido con el rodaballo. Ahora apostamos por esta especie», cuenta mientras se adentra en las zonas de cría, tras limpiar los zapatos de impurezas. «Creemos que el mero puede dar un gran rendimiento económico. Tiene buen precio y un crecimiento rápido», aclara.

Con las pesquerías de la también llamada cherna en horas muy bajas, la acuicultura está llamada a ser el futuro. Y ese futuro se construye entre estos tanques en los que también habitan especies como la raya o el pulpo, con el que han llegado a cotas nunca antes alcanzadas en cultivo larvario. Trabajan también con lenguado, merluza o centolla.

Del lugar donde se diseña el pescado del futuro, Blanca pasa al rincón donde se analiza la presencia de microplásticos en organismos marinos, una preocupación creciente: «Hemos encontrado plástico donde no debería haberlo, en especies que habitan en el fondo marino, a profundidades muy grandes y lejos de la costa». Hasta qué punto la presencia de estos tóxicos en el estómago de los animales puede afectar a la salud de los humanos es una de las cuestiones que se están investigando, aunque hay otras vías de impacto: «Hay sustancias contaminantes en la ropa que vestimos, en el polvo del aire que respiramos, en los cosméticos que utilizamos...». Sus cobayas son larvas de mejillón o de erizo de mar. Si hay plástico, probablemente aparecerán malformaciones.

Bellas hace un resumen del estado de salud de las rías: «Aprobamos en contaminantes químicos, suspendemos en fecales».

Con las impresionantes vistas de las Illas Cíes como telón de fondo, en el departamento de microalgas nocivas -creado en 1976 tras un episodio de toxina paralizante de repercusión internacional- trabajan con la ciguatera, que hace estragos en Canarias. «Hainas que afectan ao sistema dixestivo, outras ao respiratorio... En grandes concentracións, son acumuladas polos moluscos que logo comemos», dice Isabel Bravo, que muestra las salas donde se guardan sus niñas. Parece una tienda de perfumes caros, pero estos frascos no guardan fragancias sino las algas responsables, entre otras, de las populares mareas rojas. «É o que ten ser tan ricos en fitoplancton. Pasa como cos cogomelos. Hai moitos e están moi saborosos, pero hai que ter coidado», matiza Bravo.

Pablo Carrera acaba de regresar de su última campaña científica. Especialista en pelágicos, los datos obtenidos desde el barco se traducen ahora en el ordenador, donde enseña la cantidad de xarda que hay en el Cantábrico: «Temos sorte de contar cunha das poboacións máis estables. Estamos falando de máis dun millón de toneladas». La cruz de la moneda la pone la sardina: «É a que está peor agora mesmo. Nos 80 pescábanse oitenta mil toneladas. Hoxe apenas cinco mil».

IEO Vigo: cien años haciendo ciencia sobre el mar

Las instalaciones situadas en Cabo Estai, Canido, son uno de los nueve centros oceanográficos del IEO (el segundo gallego está ubicado en A Coruña). Inauguradas en 1917, en sus inicios las campañas de investigación se realizaban a bordo de buques de la Marina de Guerra. Hoy disponen de dos barcos propios: el Ramón Margalef y el Ángeles Alvariño. El centro tuvo un papel crucial en la respuesta frente a vertidos como el del Prestige. Su colección de cultivos , con microalgas de todos los rincones del planeta, es una de las mejores del mundo. Y fueron pioneros, hace 40 años, en la cría de rodaballo en cautividad. Su trabajo da frutos. Frutos que nos alimentan.