Lo que fue una zona de gran actividad social, ahora está abandonada

UXÍA CARRERA
uxia.carrera@lavoz.es

La inmensidad de las frondosas y coloridas montañas de O Courel empiezan a despuntar a lo lejos en el municipio de Samos. En la carretera que acompaña al río Lóuzara, que une las dos zonas, se ubican la última aldea que pertenece a Samos, Parada de Lóuzara, y Cortes, la primera de Folgoso do Courel. Apenas 4 kilómetros separan a los dos pueblos, pero viven situaciones opuestas: Parada está abandonada y Cortes ha sido reformada y cuenta con compradores extranjeros. Es el abismo que separa a dos oasis naturales de la montaña lucense más salvaje y que está provocando la extinción de las veinte poblaciones del Val de Lóuzara. A los pies del río y bajo la sombra de una montaña de igual apariencia que O Courel se encuentra este valle, con varias cascadas y un verde entorno idílico. Los dos escenarios naturales reúnen altitud y calma. A pesar de esta riqueza, apenas hay rutas de senderismo consolidadas ni ningún atractivo turístico que facilite su visibilidad. Tan solo existe la ruta del poeta Fiz Vergara, cuya casa natal está en Santalla de Abaixo. Por esta falta de servicios, los vecinos que restan en el valle se cuentan con los dedos de las manos. Incluso aldeas enteras ya han desaparecido.

En Santalla de Abaixo tan solo un matrimonio vive permanentemente. Es el de Santiago Vergara, primo del poeta, y su mujer. Este vecino regentó una de las siete cantinas de la zona, ubicada en la casa en la que reside. Ahora, a sus 81 años, solo puede calificar la vida en la aldea como «aburrida». Sus conocidos han fallecido y no ha llegado nadie nuevo, «acabáronse os viños e as reunións». Los menos de diez vecinos restantes tan solo vuelven a Santalla unos días. «Veñen pola mañá e marchan pola tarde, eso é como non vir». El idílico entorno no compensa a alguien que ha vivido la mejor época de la zona: «Sería bonito se estivese habitado, é una pena velo así». A pesar de que está jubilado, Santiago tiene un par de ovejas con las que trabaja para pasar el tiempo. Él y su mujer no van a moverse de Santalla aunque sean los últimos que queden allí. «Contamos os días para ver morrer a nosa aldea, aínda que é un paraíso», sentencia.

Santiago Vergara, el único habitante de Santalla de Abaixo, y primo de Fiz Vergara
Santiago Vergara, el único habitante de Santalla de Abaixo, y primo de Fiz Vergara u.c.

La siguiente aldea en dirección a O Courel es Parada. Una localidad que transporta 200 años atrás, pero sin el antiguo ajetreo. Son seis los vecinos que quedan en esta localidad, que todavía conserva las casas tradicionales, aunque prácticamente todas están abandonadas. Tan solo hay cupo para que uno de los vecinos, Luis, tenga una ganadería. Al paseo diario de sus vacas se unen las dos de Irene Peña, que no reside allí porque no tendría como subsistir, por lo que su marido trabaja en Sarria. Irene recuerda con detalle «e moita tristeza» la función histórica de cada casa y destaca las flores en la puerta de un vecino que falleció recientemente. «Parada vai desaparecer».

Luis, el único ganadero de Parada, junto a su aldea
Luis, el único ganadero de Parada, junto a su aldea u.c.

«Veño con máis frecuencia porque aquí non existe o virus, pero está descoñecido»

Este año las aldeas aun pobladas han tenido un poco más de movimiento. El coronavirus llevó a alguno de los oriundos a volver a sus casas familiares para escapar de la mascarilla. Mari Carmen Campo era profesora en Sarria, a pesar de que ya tenía edad para jubilarse y no lo había hecho por estar entretenida, este septiembre dio el paso para pasar más días en Santalla de Abaixo. Allí tiene la casa de su abuela, a la que acude porque «non existe o virus». Cuenta que Lóuzara se convirtió este año en un paraíso para los jubilados que conservan casas allí, que son los que visitan las aldeas algunos días. Aun así, explica que se le hace raro salir al corredor y no ver a nadie. «Esto está descoñecido».

Un valle que fue «como un centro comercial»

El abandono del Val de Lóuzara apena especialmente a los pocos vecinos restantes porque siempre había sido una zona con una gran actividad social. La aldea de A Ponte vivía íntegramente del comercio, no dependía de ninguna explotación. Además, cada mes tenía una gran feria a la que acudían los habitantes de todo el valle. Actualmente no queda ni un vecino, está totalmente abandonada. En Santalla de Abaixo se reunía la gente para trabajar en el molino o en la ferrería, ahora también abandonados. Había siete cantinas, algunas con comedores para 80 personas que acogían grandes celebraciones. «Había más movimiento aquí de lo que había en Sarria», opina José Luis, de la cantina Aira Padrón.

Arquitectura tradicional en casas abandonadas en Parada de Lóuzara
Arquitectura tradicional en casas abandonadas en Parada de Lóuzara u.c.

La única cantina que sobrevive: «Antes vivía de los de la zona, ahora solo de los de fuera»

Desde la terraza de Aira Padrón, se puede divisar a lo lejor la Devesa da Rogueira
Desde la terraza de Aira Padrón, se puede divisar a lo lejor la Devesa da Rogueira u.c.

José Luis Fernández nació, vivió y creció en la cantina que a día de hoy regenta, la única que sigue abierta. Aira Padrón es el único negocio del Val del Lóuzara, tras el último cierre hace aproximadamente cinco años. Ni siquiera el propietario sabría decir cuantos años tiene el local, comprado por su bisabuelo.

Ubicado en lo alto del valle y limitando con O Incio, era uno de los mayores puntos de encuentro de los vecinos de la zona. «Siempre me pareció increíble que la gente de aquí sobreviviese, porque es una zona muy pequeña y con una orografía complicada», opina José Luis. El samonense tuvo que hacer una gran reforma en la cantina antigua en el año 2001 para poder continuar con el negocio. Ahora es un restaurante especializado en ternera gallega suprema y chuletas y también una casa rural, aunque esta parte no la está promocionando en exceso.

Cuenta con un bar que guarda parte del espíritu de una antigua taberna y con dos comedores, uno de ellos conformado por la cocina de leña original de la casa, de 80 años de antigüedad. Todos los fines de semana, José Luis recibe una gran cantidad de reservas de grandes grupos para comidas que alargan la sobremesa e incluso cenan. Actualmente cuenta con cuatro empleados que tan solo pararon de trabajar en el confinamiento, ya que para su negocio es fundamental la movilidad.

José Luis cuenta que prácticamente ningún vecino de la zona se acerca ahora a la taberna. «Ahora solo vivo de la gente de fuera», explica. Especialmente de personas provenientes de la comarca de Sarria.