San Francisco express

Leonardo Llamas

GUNTÍN

02 nov 2018 . Actualizado a las 12:46 h.

Solo una parte muy pequeña de la arquitectura corresponde al dominio del arte: el monumento funerario y conmemorativo. Todo lo demás, todo lo que tiene una finalidad hay que excluirlo del imperio del arte», Adolf Loos.

Desde principios de siglo XIX, a través de una Real Orden, hasta el primer decenio del siglo XX se legislaba la construcción de diversos tipos de enterramientos en los cementerios estatales. Se tenía en cuenta criterios que regulaban la capacidad de cada mausoleo y capilla, según un ornamento adecuado bajo la aprobación

de la autoridad eclesiástica y presentada ante la autoría municipal. También regía que la formalización de cualquier proyecto en campo santo competía exclusivamente a un arquitecto.

Esta cuestión se ve reflejada muy claramente en el cementerio ourensano de San Francisco, inaugurado en 1834, ya que la calidad artística sacra del cementerio, reside mayoritariamente en los panteones,

mausoleos y tumbas de la época. Dentro de este, aún bonito cementerio, cabe destacar un arquitecto que hizo un gran aporte al arte tanático gallego, don Daniel Vázquel-Gulías.

En mi paseo matutino por el cementerio me percaté de la capacidad que tenía este gran arquitecto para moverse por estilos atemporalmente. En un momento, desde mi humilde conocimiento en arquitectura

funeraria, me hizo recordar a cualquier tumba nobiliaria romana anterior a Cristo, como de repente a un monumento secesionista vienés, pasando por la plantilla de Mateo López, los pórticos de Velasco y Prado del Valle. Ya sólo dentro de su repertorio de arcos funerarios muestra una gran variedad: el conopial (panteón familiar de Ruperto García), el visigodo (panteón de la familia Lamas Carvajal), el apuntalado (panteón familiar de Nicanor

Alvarado), el escarzado (panteón de la familia Espada Guntín), el ojival (panteón de la familia Romero) o el deprimido (panteón de la familia Antonio Rodríguez), por poner algún ejemplo. Juega con las placas salientes, los dentículos, las volutas, los pináculos etcétera, conjugándolas entre ellas junto con su propio estilo; consiguiendo una elevación por arcos, frisos y cúpulas en las que la ascensión vertical se logra de una forma muy armoniosa.

También es capaz de deconstruir el sepulcro (véase su propio panteón familiar) rompiendo con cualquier estilo clásico para enmarcarse muy elegantemente en un secesionismo de gran calidad arquitectónica, convirtiendo la tumba en un regocijo abstracto en el que se conjuga el significado más desconocido y completo de la muerte.

Siguiendo este análisis express, he de decir que don Daniel fue un artista que supo generar una manera muy especial de afrontar la problemática arquitectónica que representan estos encargos del no-espacio, que no se habitan; conmemorando al cliente no presente bajo la emoción de la luz y el silencio.