Longueirones

José Varela FAÍSCAS

A FONSAGRADA

12 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.

Muchos recuerdos se deshilachan con el paso del tiempo, y otros, por esa misma lejanía, afloran matizados, con color y contexto. En alguna bajamar del verano, después de su jornada de trabajo en Pysbe, donde halló empleo tras la depuración franquista de Telégrafos, reclutaba mi padre una gavilla de mocosos de la calle de Ínsua y la acaudillaba hasta la ensenada de A Malata, en un tiempo, finales de los años cincuenta del siglo pasado, en el que la bajamar solo olía a bajamar. Sobre el lodo, nos distinguía los orificios que delataban la presencia de una almeja de los que escondían un longueirón, objeto de la expedición. En este caso no debíamos utilizar el plebeyo método de la fisga fabricada con una varilla de paraguas con un extremo afilado y curvo; procedimiento rápido, sí, pero que dañaba la carne del bivalvo y le incrustaba molesta arena entre las conchas. Mejor, un puñado de sal gruesa, para estimular la salida del animal. Cuando asomaba, había que sujetar las valvas con firmeza para evitar que se ocultase de nuevo en su guarida, sostenerlo sin arrancarlo, que lo romperíamos: aguantando el tirón hasta el momento en el que el molusco recogía el pie, aflojaba la presión, y ya se rendía con docilidad. En estos tiempos confusos que vivimos, aquellos longueirones de A Malata me recuerdan a la derecha, a su oposición cafre y suicida: su estrategia se limita a tirar para abajo. No es cierto que tenga alternativa a las medidas del Gobierno; si así fuese, Casado ya le habría chivado a Feijoo, hace tiempo, qué hacer con la residencia de mayores de A Fonsagrada. Pero no sabe más que embestir hacia el fondo de su caverna. Como aquellos longueirones.