«Ya me tenía que haber jubilado, pero me gusta lo que hago», se justifica Nora Real para seguir a sus 67 años al frente de la tienda de ropa que regenta en la Praza Maior. Para satisfacción de las arcas de la Seguridad Social, todo indica que piensa seguir unos cuantos años más porque habla de la moda y su mundo con el entusiasmo de una primeriza. Además, creó afición ya que dos hijas, Marta y Paula Losada Real, tienen sendas tiendas en lugo. La última incorporación al gremio fue una nieta, que abrió otra en Sanxenxo.
Dice que supo lo que es un negocio ya de niña. Ahora la experiencia es por partida doble: por el suyo y por presidir la Asociación de Autónomas. De estudiante ayudaba a sus padres en el restaurante Verruga y desde entonces le gusta la hostelería. Sin embargo, no se dedicó a ella e inicialmente tampoco a ningún otro negocio.
Sus padres se habían marchado a A Coruña, donde nació ella, pero cuando tenía cinco años regresaron a Lugo, de modo que se considera lucense a todos los efectos. Volvió a la ciudad herculina para estudiar piano en el Conservatorio, e incluso en una etapa de su vida se dedicó a la docencia de la música. «No fue lo que estudié, pero hoy toco muy bien el acordeón», dice.
Tras casarse vivió varios años fuera de Lugo; y cuando regresó, abrió la tienda de moda, primero en la calle San Pedro y después se trasladó a la Praza Maior. «Al principio tenía la inexperiencia de cualquier novata, pero eran tiempos más fáciles porque éramos muy pocos en esta ciudad».
Le encanta la música pero, igual que la gastronomía, la moda siempre ejerció una gran atracción en ella. Su tienda es multimarca, la mayoría muy conocidas, pero cada vez el panorama es más amplio. También son muy dispares los gustos y los hábitos de las clientas. Asegura que, con frecuencia, una misma persona compra una prenda de marca y otra en una franquicia. «Estamos en un momento difícil y raro a la vez, y yo solo sé que no sé nada», afirma para dejar patente el desconcierto que hay también en este sector.
Prestigio justificado
Considera que hay «cosas muy interesantes» en el mercado pero, de todas formas, puntualiza que las marcas lo son por algo y que muchas son sinónimo de calidad. Nora Real asegura que la crisis le afecta a todo el mundo, incluidas los usuarios de marcas caras. «Seguimos teniendo la misma clientela, pero ahora, cuando entran, gastan la mitad».
Marta Real tiene su tienda en las mismas galerías de la Praza Maior y también orientada a un público femenino, que va desde los 15 a los 50 años. Sin embargo, aclara que no se hacen competencia porque es un tipo de ropa muy distinta. «Mi madre tiene marcas de un nivel alto y yo vendo ropa muy mona pero de precios más bajos, enfocada a los tiempos que estamos atravesando». Abrió su tienda en 1995, después de trabajar un tiempo en actividades distintas y tras otro período en la de la madre.
Paula fue la última de las tres en llegar al sector de la moda. Cuando finalizó los estudios de relaciones laborales, se planteó seguir los pasos de la progenitora y de su hermana, pero como ambas tenían comercios para mujeres, ella orientó el suyo a la ropa de hombres y se fue a la plaza de Santo Domingo. Dice que en aquel momento de las marcas que tenía ella apenas había. Considera que la ropa que vende es «para hombres a los que les gusta la moda», de nivel y precio más bien altos. Nunca se arrepintió de la profesión que eligió y de no haberse dedicado a la carrera que estudió.
A Marta y a Paula les ocurrió lo mismo que a su madre. De niñas, cuando salían del colegio se iban a la tienda de Nora y, si se terciaba, también comían allí el bocata de la merienda. «A mi hija Sarai le pasó lo mismo -dice Marta-. Siempre estuvo volcada en mi tienda y acabó estudiando diseño, se fue a vivir a Sanxenxo y abrió una tienda que en tres años ya consiguió que sea muy conocida». Laboriosidad de la hija y orgullo de madre.
Leonor Real Vázquez
Las astillas
Marta y Paula Losada Real
La madre tiene 67 años; Marta, 45, y Paula tiene 39.
Profesión
Las tres se dedican al sector textil, cada una con su tienda.
El mercado es cada vez más abierto, pero las marcas justifican su prestigio