Para José Rodríguez Fernández mañana será un día especial porque hará exactamente 25 años que está al frente del café bar Josmar, en la calle Quiroga. Como su intención es que también sea un día o un mes especial para sus clientes, decidió celebrarlo con fiestas todos los viernes de noviembre. La primera y más importante tuvo lugar anteayer, pero aún quedan otras tres actuaciones musicales y conmemoraciones. Cuando abrió, acudían al bar abuelos con sus nietos y ahora son los nietos quienes van acompañados por sus hijos. También en su caso se obró una evolución similar, porque aquel 7 de noviembre de 1986 su hija Vanesa tenía tres años y ahora tiene 28 y trabaja allí todas las tardes.
Este fonsagradino llegó a Lugo con 10 años, cuando sus padres decidieron dejar de trabajar unas tierras que no eran suyas. Primero se instalaron en la zona de Ombreiro, donde José tuvo su primer contacto con el mundo de la hostelería, con 14 años en la conocida Casa Antonio, merendero en verano y lugar frecuentado por muchos lucenses los fines de semana. Al año siguiente entró a trabajar como ayudante de obrador en la pastelería Conde y un año más tarde se marchó a Barcelona a una fábrica de muebles. Comprendió que aquello no era lo suyo y se fue a Baracaldo, donde pasó una larga etapa en una de las principales cafeterías, propiedad de un melidense.
Cuando estuvo en sazón para cumplir con la patria, lo llamaron a capítulo y lo enviaron a Alicante. De regreso a Lugo, se quedó en esta ciudad para no disgustar a su abuela, de modo que se puso a buscar trabajo y lo encontró en el restaurante de otro paisano, el Viveiro, en el que trabajó una década. «Fun un todoterreo da profesión, na que fixen de todo», asegura.
En 1986 traspasaban un bar en la calle Quiroga y se animó a cogerlo, pese a que tuvo que pagar cuatro millones de pesetas, que era bastante dinero, y afrontar una reforma que incrementó bastante el coste. Superó el trance, y aunque bajó mucho el movimiento, dice que no se queja porque tiene una clientela de toda la vida, mayoritariamente del barrio y de los alrededores, que es muy fiel y buena gente.
El Josmar no quedó al margen de la crisis económica y la prohibición de fumar dentro de los locales públicos también le afectó algo, obligando a modificar los hábitos, pero asegura que ahora está a favor de esa ley. Tiene varios taburetes en el exterior, debajo del toldo, y en el interior apenas necesita poner a funcionar los extractores, que antes se le quemaban con relativa frecuencia debido al uso continuo.
Sus hijos, Vanesa y Pablo, llevan toda la vida en contacto con el ambiente del bar, pero el segundo de momento no quiere saber nada de esa profesión y trabaja en una empresa, a pesar de que echa una mano los días de mucho apuro. «De máis novo tiña un carácter un pouco rebotado, os clientes metíanse moito con el e posiblemente se queimou un pouco e agora non quere saber nada da hostalaría», sospecha el padre.
Tampoco Vanesa tiene claro que vaya a pasar el resto de su vida en el bar, si bien de momendo todo indica que se quede. Estudió peluquería pero desde hace tiempo trabaja con el padre por las tardes. La plantilla del Josmar la completa un empleado, Fran, «un gran profesional». José está dispuesto a jubilarse antes de los 65 años, si puede.