Reportaje | Un aspecto muy poco conocido de la historia local Las comarcas del sur lucense albergaron en la primera mitad del siglo XIX algunos de los focos de delincuencia organizada más importantes de Galicia
03 nov 2005 . Actualizado a las 06:00 h.?n la primera mitad del siglo XIX, en las comarcas de Lemos y Chantada existieron dos de los focos de delincuencia organizada más importantes de Galicia, pero esa parcela de la historia local continúa siendo muy poco conocida hoy en día, lo mismo que sucede con la historia del bandolerismo gallego en general. Hace ya más de veinte años -en 1984- que se publicó El bandolerismo gallego , de Beatriz López Morán, la obra en la que más se ha estudiado el bandidaje del sur lucense, y desde entonces no se han dado a conocer nuevos datos sobre tan singular realidad histórica. La obra de López Morán menciona extensamente dos grandes bandas de ladrones y asaltantes que cometieron numerosos delitos en el sur de la provincia entre 1820 y 1824, una época en la que el bandolerismo conoció un gran auge en toda Galicia. De las tres áreas lucenses más afectadas por este problema en ese tiempo, dos ellas eran la comarca de Lemos y la zona de Chantada y Monterroso, en las que operaron sendas bandas o gavillas formadas por decenas de personas. «Estaba inundado el Valle de Lemos con una numerosa gavilla de ladrones y forajidos que recorriendo con sus atrocidades no perdonaban las vidas y haciendas de todos aquellos habitantes que conceptuaban hacendados», escribió en un informe el juez de Monforte, quien tenía buenas razones para hablar de esta forma: en junio de 1823, su propia casa fue asaltada por un grupo de bandoleros con el objetivo de destruir la documentación que poseía sobre ellos. Añadía el juez en su informe que algunos de los principales bandidos de este grupo eran conocidos como «los Valentes, los Cucos, los Vacelares, los Majitos...». Entre las fechorías de estos grupos figuran en lugar destacado los asaltos a las cárceles de Monforte y Chantada para liberar a sus compañeros presos. A pesar de sus múltiples robos y de la espectacularidad de sus acciones, las gavillas pudieron operar con bastante comodidad en la zona durante algún tiempo, gracias a la escasez y a la inoperancia de las fuerzas judiciales y policiales. Al igual que ocurría en otras partes de Galicia, los jueces no se mostraban muy beligerantes contra estos delincuentes, seguramente porque ellos mismos no se consideraban bien protegidos, como demuestra el caso de Monforte. Incluso cuando los bandidos eran detenidos y juzgados, las sentencias solían ser excesivamente benignas, aunque ellos hubiesen cometido toda clase de brutalidades. Represión La situación empezó a cambiar a partir de 1823, cuando se creó el llamado cuerpo de voluntarios realistas, una fuerza militar dedicada a la represión del bandidismo que operó con bastante eficacia en el medio rural. En esa época, por otra parte, fue nombrado capitán general de Galicia el célebre militar Nazario Eguía, quien puso especial empeño en utilizar a este nuevo cuerpo para restablecer el orden en las áreas más afectadas por la delincuencia, sin preocuparse mucho por las formalidades jurídicas. Bajo su mandato empezaron a emitirse sentencias más duras -incluyendo las de muerte- contra los bandoleros y su actividad decayó bastante, aunque nunca llegó a desaparecer del todo a lo largo del siglo XIX.