La falta de mantenimiento adecuado deja ya huellas evidentes en el edificio, 18 años después de su cierre

Carlos Cortés
Alberto López
Tras casi quince años como fotógrafo y redactor en la delegación que La Voz de Galicia tiene en Monforte, desde 2013 plasma su visión de la actualidad en las páginas de la edición de Lugo.

Este otoño se cumplirán 18 años del cierre de la fábrica de ladrillos El Castelo. El que fuera uno de los símbolos de la industria de Monforte, echó el cierre en el 2004 después de un largo declive, pero casi dos décadas después sus instalaciones languidecen sin que nadie parezca interesado en aprovecharlas o, al menos, en frenar su deterioro. Los tejados de esta antigua fábrica ya han empezado a venirse abajo.

Construida a mediados de los años treinta del siglo pasado en una parcela de 130.000 metros cuadrados situada en la periferia del casco urbano de Monforte y al paso de la carretera que lleva hasta A Pobra do Brollón, el edificio de esta fábrica de tejas y otros productos cerámicos ocupa el 10% del terreno de su finca, unos 13.000 metros cuadrados. La última vez que se utilizó para algo fue en el verano del 2017, cuando el cineasta monfortino Dani de la Torre la utilizó como telón de fondo de varias escenas de La sombra de la ley, un largometraje que recrea en clave de cine negro los conflictos obreros de la Barcelona de los años 20.

Roturas y maleza

Para el rodaje de aquella película no importó, pero hace ya años que el deterioro de estas viejas instalaciones industriales es muy evidente. La señal más inquietante es el hundimiento de trozos del tejado del edificio principal. Los agujeros que se van formando en la cubierta resultan evidentes a distancia y no auguran nada bueno para la conservación del edificio. En las ventanas cada vez hay más cristales rotos. Dentro de la fábrica, crece maleza por todas partes y la mayor parte de la maquinaria que utilizaban la empresa en sus últimos tiempos sigue en su sitio, pero acumulando herrumbre. No parece que tuviesen ninguna utilidad de cara a una posible reapertura, porque ya no eran precisamente medios de última generación hace veinte años, pero ya no parece que valgan nada más que para un museo del pasado industrial. La falta de mantenimiento general salta a la vista.

Cuando la empresa cesó su actividad a finales de julio del 2004 solo era ya una sombra de lo que había sido. Si en los años 60 llegó a tener más de sesenta personas en plantilla, al final apenas quedaban solo algo más de veinte. El final definitivo de la empresa llegó en octubre del 2004. Acuciados por las deudas, los propietarios cerraron sin llegar a pagar todo lo que le debían a su personal, que solo consiguió cobrar después de un largo proceso judicial. Un juzgado de Ponferrada llegó a embargar todos sus bienes para tratar de garantizar que sus acreedores pudiesen cobrar al menos una parte de lo que les debían. Y a pesar de todo, la fábrica no cambió de manos. Al menos hasta no hace mucho, seguía siendo propiedad de los antiguos responsables de la empresa, la familia de Ponferrada fundadora de la empresa Cerámicas Arias en esa ciudad del Bierzo y dueños también en el 2004 tanto de Cerámicas El Castelo de Monforte como de otra fábrica con el mismo nombre en Guitiriz.

Orígenes y final de Cerámicas El Castelo

Los orígenes. Según recoge el fotógrafo José Chas en su blog sobre el patrimonio industrial gallego, los orígenes de la fábrica de ladrillos de Monforte están en los años 30. Sus instalaciones fueron construidas en 1935, promovidas por el banquero Pedro Barrié de la Maza que incluiría Cerámicas El Castelo en su holding empresarial Industrias Gallegas S.A.

Cambio de dueños. En los primeros años del siglo XXI, la fábrica de cerámicas de Monforte cambia de manos. La compra Cerámicas Arias Villamartín, una sociedad con sede en Ponferrada, que al mismo tiempo se hizo también con Cerámicas Industriales Gallegas, S.A. de Guitiriz. A finales del 2003, sus propietarios la ponen en venta y piden permiso para aplicar un ERE temporal, pero a principios del 2004 anuncia la rescisión de los contratos de todos los trabajadores. La empresa, aseguraban sus últimos propietarios, no era rentable. El cierre definitivo llegó en octubre del 2004, en medio de un conflicto laboral que todavía duraría varios meses más (en la foto de abajo, trabajadores frente a la entrada de la fábrica en febrero del 2005).