El programa de la convocatoria se mantuvo prácticamente como siempre. Se celebraron cinco misas, una a cada hora en punto y a partir de las nueve de la mañana. Lo único que se suprimió fue la procesión que se celebra habitualmente después de la misa solemne, la de las doce, que suele ser la más concurrida. Además, vecinos de la parroquia se organizaron para vigilar que en el interior de la ermita no hubiese nunca más de treinta personas y que los fieles mantuviesen las distancias. Para entrar era preciso lavarse las manos con gel hidroalcohólico y respetar el circuito de entrada y salida señalización con pegatinas en el suelo. Las misas se oficiaron en el lugar de siempre, junto al altar al aire libre situado a cincuenta metros de la ermita, pero los feligreses no estaban de pie, sino sentados en sillas separadas entre sí.
El párroco Xabier Díaz llenó su homilía de referencias a la situación provocada por el coronavirus. Recordó que «marabillosa era a vida normal, a de todos os días» y en el habitual agradecimiento por los productos del campo como símbolo de sustento básico incluyó esta vez una mascarilla y la levantó ante los fieles.