Aquel tórrido día que Chantada explotó

Rodrigo Fernández
roi fernández CHANTADA / LA VOZ

LEMOS

ROI FERNÁNDEZ

Habla, sesenta años después, la única víctima que sigue viva del accidente de la pirotecnia de los hermanos Cabo

02 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

El 30 de julio se cumplirán sesenta años de la explosión del polvorín del taller de pirotecnia de los hermanos Cabo, en el que murió una persona y otras tres resultaron heridas. María Luisa Carbón Expósito, quemada de gravedad en la explosión, es la única empleada que todavía vive y cuenta su trágica experiencia de aquella calurosa tarde del verano de 1957.

La empresa de los hermanos Enrique y Jesús Álvarez Cabo surtía de fuegos de artificio y los montaba en las fiestas de Vigo en las del Apóstol en Santiago. Era una fábrica importante y conocida en Galicia y disponía de varias casetas a modo de polvorines para almacenar un gran volumen de pólvora. Son muchos los chantadinos que recuerdan aquella tórrida tarde de julio en la que se estaban fabricando los cohetes para las fiestas de A Coruña. Como Pegerto Figueiras, vecino de la rúa Formoso Lamas en el barrio de la Alameda, que estaba con sus amigos en la conocida zona de baño de A Curva y fue testigo del potente estruendo y los ladrillos volando hasta el canal de la presa de A Chapacuña. «Vi como explotaba -cuenta- y quedamos todos atolondrados por el ruido». Pegerto Figueiras recuerda cómo en la mayor de las explosiones «se levantó el humo como una bomba atómica». Después se acercaron y vieron «cómo llevaban al muerto encima de un tablón».

José Juan Iglesias Balboa tenía en aquel entonces 14 años y ya sabía escribir a máquina, tarea con la que podía ayudar a su tío en la Casa Sindical, situada en la avenida de Lugo a la altura del viejo cementerio. Estaba solo esa tarde mientras pasaba de una estancia a otra por un pasillo donde había una ventana desde la que se podía ver el polvorín. El estruendo le hizo levantar la vista y al mirar al frente vio cómo volaban las cuatro casetas le ladrillo, que estaban unos ciento cincuenta metros de la orilla del Asma frente a la Alameda. Ya en la calle, «hacía muchísimo calor, nunca había hecho tanto en Chantada, había quien decía que había explotado el Sol, de aquellas había mucha ignorancia, la gente decía cualquier cosa».

Son también muchos los que cuentan que el estruendo hizo romper los cristales de muchas casas y establecimientos de la localidad, los del cuartel de la guardia civil, el comercio de Fraga en el centro del casco urbano, los de las casas de la Alameda y muchos más. Y también hay quien afirma con seguridad que la explosión se oyó en Carballedo y Taboada.

Solo en zapatillas

María Luisa Carbón Expósito vive hoy con su familia en el barrio de A Santa Mariña en Chantada. Aún guarda en su memoria la fatídica tarde y el momento en que uno de los jefes, Jesús Álvarez Cabo, se fue a otra caseta a buscar unos juegos de luces para que ella y otros empleados los montaran en cohetes. La seguridad tenía que ser máxima: «Para moverse en esos talleres había que llevar zapatillas y no zapatos de suela dura, porque el rozamiento con la suela blanda hacía más difícil que se produjera una chispa con cualquier piedrecilla, igual que a la hora de frotar algún metal para limpiarlo, eso se tenía mucho en cuenta».

Jesús no llegó a traer los juegos de luces. Todo voló por los aires. María Luisa recuerda que con el cuerpo quemado, descalza y dejando jirones de piel en el suelo, pudo llegar hasta la pasarela del Asma en la Alameda, allí se encontró con una muchacha.

Momentos antes, esa chica aprendía costura en una casa cercana con otras rapazas que, al oír la explosión, escaparon calle arriba, pero María Teresa, así se llama esta mujer que también vive para contarlo, se percató que lo que había explotado era el polvorín donde trabajaba su prima María Luisa, así que se dio la vuelta y separándose del grupo intentó ir en su busca. En medio de la pasarela se cruzó con una mujer humeando, con las ropas, la piel y el pelo quemado y le preguntó si sabía algo de su prima María Luisa, entonces esa mujer quemada contestó: «Teresiña, a túa curmá son eu».

María Luisa Carbón sufrió mucho dolor y pasó miedo, pues escuchaba consciente a los médicos decir que de tales quemaduras era muy difícil sobrevivir. Tuvo que pasar ocho meses hospitalizada en Lugo bajo la atención del doctor García Portela. Fue todo un suplicio para esta mujer que, armada de coraje y ganas de vivir, hoy derrocha sonrisas al recordar el terrible episodio ocurrido aquella tarde del treinta de julio de 1957 en la parroquia de San Salvador de Asma.

Un muerto y tres heridos

La explosión, que la prensa de la época atribuyó al fuerte calor en el momento en que los empleados mezclaban productos pirotécnicos, se llevó por delante la vida de Jesús Álvarez Cabo, que tenía 48 años y era copropietario del negocio junto con su hermano Enrique. Además, tres de los trabajadores que estaban en ese momento en las instalaciones resultaron heridos de gravedad. Eran María Luisa Carbón Expósito, Alicia Leal Bique y José Rodríguez Fernández