Ni luces, ni avisos sonoros, la vida depende de un segundo de despiste

La Voz

LEMOS

06 jul 2014 . Actualizado a las 07:10 h.

A María del Carmen Rodríguez le salvaron la vida los conductores que la vieron caminar lanzada hacia el paso a nivel de A Florida. Las barreras estaban bajadas, las luces rojas encendidas y la alarma sonora activada, pero ella iba a lo suyo. Tenía que encargar una empanada en el horno de la calle Benito Vicetto y llevaba prisa. Vivía a treinta metros de allí, así que se sabía el camino de memoria y había cruzado ese paso a nivel cientos de veces.

Enfiló el pasillo serpenteante que impide a los peatones meterse en línea recta en las vías y en el último momento la sobresaltó el claxon de los coches. «Al oír tanto ruido, miré para atrás y en ese momento pasó el tren, que, por cierto, iba a mucha velocidad», explica. No recuerda en qué fecha sucedió aquello, pero calcula que sería hace tres o cuatro años. De lo que sí se acuerda es de que poco después de contaron que a un chico que iba oyendo música con unos cascos acababa de pasarle lo mismo y que unos meses después un señor mayor murió arrastrado por un tren. Había llegado andando al borde de la vía, igual que ella.

Venganza del destino

Muchos monfortinos pueden contar experiencias similares. Es difícil hacer un recuento exacto de muertes provocadas por el paso de trenes por Monforte. En la mayoría de los casos se trata de accidentes desgraciados, pero también abundan los suicidios y los casos dudosos. A José Luis, el hijo de Santiago Cañoto, muerto a finales del año pasado, este tipo de sucesos se le antojan una suerte de venganza colectiva del destino: «Es como si el ferrocarril, que tanto le dio a Monforte en otras épocas, se lo estuviese cobrando». En cualquier caso, él sabe bien que su padre no habría muerto aquella tarde de noviembre si ese tramo de vía hubiese estado vallado, como ocurre en la mayor parte de las localidades del tamaño de Monforte, con historial ferroviario o sin él.