Cómo mi paciencia, mi flexibilidad y mi descanso mejoraron en un mes: probamos el yoga

Lucía Cancela
Lucía Cancela LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

German Barreiros

Yin Yoga, hatha o vinyasa, así me sentí al practicar esta disciplina durante cuatro semanas

22 abr 2023 . Actualizado a las 17:13 h.

El ejercicio pausado y con calma nunca fue mi punto fuerte. De hecho, mi dosis de movimiento semanal se basa en salir a correr y, si puedo hacerlo cinco días, mejor que tres. Me gusta sudar, notar que me esfuerzo, algo que para mí se traduce (e insisto para mí, ya que la evidencia dice otra cosa) en sentir cómo suben mis pulsaciones. Así que no les puede extrañar que probar el yoga, antes de esta experiencia, no había pasado por mi mente. Me sonaba a chino y quedaba lejos de mis expectativas. «Si no puedo hacer las posturas que me salen en Instagram, ¿para qué voy a ir?». No miento si digo que me parecía cuanto menos complicado. Requería tener la suficiente fuerza física como para sostenerme en el aire sobre mi cabeza y la suficiente fuerza mental para aguantar haciendo cosas parecidas 90 minutos más. Al menos, eso es lo que se suele mostrar en redes sociales. 

Los yogis (lo mismo que los runner pero cambiando la esencia) me daban bastante envidia. Para qué engañar a quién me lee. Siempre tan zen, calmados y tan capaces de cerrar los ojos y apartarse del mundo. Con una voz suave, pantalones flojos y descalzos; mientras yo, jadeante, corro calle arriba-calle abajo, en mallas fluorescentes (para que se me vea por la noche), calzada con unas zapatillas cuyas suelas son a prueba de bala. Quién me mandaría apuntarme a una media maratón. 

Sea como sea, más o menos buscado y con los privilegios que me tomo al trabajar en un portal de salud, decido proponer un tema: «Probamos un mes haciendo yoga». Exacto, esa disciplina que, tres párrafos atrás, dije que no era para mí. Si me permiten, confieso que tengo 25 años y estos bandazos de opinión están más que justificados. Lo cierto es que me causaba bastante interés. No hace mucho, mi compañera Laura Miyara escribió un reportaje sobre esta práctica y todos los beneficios que reporta: relajación, aumento de la autoestima, mejor descanso o incremento de la flexibilidad y de la fuerza. Que ojo, yo puedo ser muy rápida dando zancadas, pero tiendo a estar más tiesa que un palo. Así que en lo físico, no me venía mal. Tampoco en la parte mental. La consciencia plena, el mindfulness, son conceptos que se acercan en nuestro día a día pero no siempre (por no decir nunca) les dedico la atención que se merecen. Pienso y hago muchas cosas a la vez. Como rápido. Me engancho a TikTok y puede, solo puede, que escuche música por encima de los niveles recomendados. Alguno de ustedes se podrá identificar.

Primera clase

Apuntarse a las clases fue cosa de coser y cantar. Hecho. En cuestión de dos o tres semanas me veo yendo a mi primera sesión de yoga en Aum Yoga, un centro en pleno ensanche coruñés, cuya profesora, Mabel Carro, es de sobra conocida para La Voz de la Salud. Eran las 21:00 horas de un miércoles. Bastante tarde para mí que, aunque no me conocen, ya les adelanto que suelo estar casi durmiendo. Al llegar Carro me explica la estructura mensual de cada sesión. «Las organizo en función del estado de la luna, por la influencia que tiene», dice, dejando claro que este método carece de toda evidencia científica. «No hay nada probado al respecto, se basa más en mi experiencia personal. Antes preparaba una clase muy dinámica y encontraba que la energía del grupo estaba muy bajita. Entonces, empecé a observar similitudes entre la energía, el sueño y el ciclo hormonal», cuenta. Así, reserva las clases más dinámicas para las semanas en las que la luna está en movimiento y las más estáticas, para cuando está quieta. También tira de tradición. Hay linajes de yoga que en las prácticas con luna llena «eliminan la parte más física y solo se dedican a la meditación o relajación», indica la profesora. Precisamente, con esta historia comenzó la sesión que, por cierto, era para principiantes (por si hiciera falta aclararlo).

German Barreiros

Estoy en mi esterilla, sentada sobre un bloque de corcho, con las piernas cruzadas y los ojos cerrados. El primer paso: meditar observando la respiración. Se hace desde fuera. Veo cómo fluye y qué ritmo lleva. Mis ojos parpadean sin querer. No les voy a mentir: quiero levantarme. Tengo la sensación de que me caigo del bloque más de una vez y no paro de pensar en todas las cosas que me quedan por hacer al día siguiente. Noto que mi respiración es alta y superficial, que cada inhalación se queda en el pecho. Pasamos a controlarla. Contamos al inspirar y al exhalar. «Cuando creas que no puedes exhalar más, exhala más», nos dice la profesora mientras mi ombligo se va pegando a la columna. Repetimos el control varias veces, y al dejar de hacerlo y volver a la observación, me doy cuenta de que se ha calmado. Que ahora es más tranquila y llena mis pulmones. «Es lo que llamamos pranayama o respiración yóguica. Se trata de sacarle todo el partido a los pulmones, intentar metabolizar al máximo todo el oxígeno y ganar un poco de capacidad pulmonar», detalla Mabel Carro. Apenas media hora de clase y ya veo resultados. 

Pasamos a calentar el cuerpo, especialmente, la zona de la espalda. «Estos movimientos compensan anatómicamente los que haremos después de rotación y lateralización que no se practican en el saludo a la luna», precisa la experta. Pierna por delante, pierna por detrás. Mientras cierro y abro las escápulas, noto que mi espalda lo agradece. Sienta bien rotarla de un lado a otro después de haber pasado todo el día sentada en una silla y mirando una pantalla. La luz de la sala es tenue, las ventanas están entreabiertas pero apenas se oyen ruidos. 

Momento para el Vinyasa, «hacer una postura por respiración», que significa enlace. Esta será la parte más dinámica de la sesión. Como la luna está llena no habrá movimientos intensos, «sino que le dedicaremos más tiempo a meditar», nos explica Mabel. Empezamos con el saludo a la luna, que se compone de varias asanas (posturas), entre otras, me flexiono hacia atrás y después hacia adelante, llevo una pierna atrás, abro mi pecho, reposo mi tronco sobre mis rodilla, me vuelvo a doblar y subo vértebra a vértebra. Se supone que el movimiento y la respiración deben ir coordinados. Desde luego, lo intenté, pero no fue mi caso. Tampoco hacerlo con los ojos cerrados. Por su parte, mi elasticidad era (y es) muy limitada; ahora bien, a medida que repetía una y otra postura, me iba notando más y más cómoda. 

Pasamos a la calma con una relajación progresiva mediante la técnica de Jacobson. La profesora nos guía desde los pies a la cabeza, para que apretemos y relajemos cada una de las partes del cuerpo. «A veces tenemos una parte en tensión y no nos damos cuenta», nos dice antes de comenzar. Trato de buscar una respuesta en mí y reparo en mi mandíbula la cual pesa más de lo que debería. La relajo de forma consciente, como también relajo la lengua, los ojos o la frente. 

La sesión termina con un pranayama tibetano en grupo. Sentados en un círculo, el ejercicio consiste en que yo controle, y otros controlen, mi respiración. Pasando mi dedo por el surco de los dedos del compañero que tengo a mi izquierda, él inhala y exhala. La que está a mi derecha me hace lo mismo. «Es un ejercicio que reta la concentración y atención. Trabajamos con los dos hemisferios cerebrales para disociar lo que hace una mano de lo que hace la otra. Es, sobre todo, una meditación a través de la respiración pues no controlamos la energía con el aire, sino generando un movimiento y el patrón respiratorio que nos marcan», precisa Carro. Para cuando le puso punto final, sentí que flotaba y que mi cuerpo era más ligero. Eran las once cuando llegué a casa y dormí del tirón. 

¿Por qué la gente acude a yoga?

Los motivos iniciales para acudir suelen estar más relacionados con «un diagnóstico físico o emocional», explica Mabel Carro. Gente con dolor de espalda, con hernias, porque es una mujer embarazada que nunca ha hecho deporte pero quiere empezar, personas con altos niveles de estrés y algunos, incluso, ansiedad. «A medida que lo van probando, les llama más la atención esa parte espiritual que en las clases al principio se introduce menos», detalla la monitora, que lamenta la idea que mucha gente tiene de la disciplina. «Han llegado cosas que no son. Meditar no es cerrar los ojos y dejar la mente en blanco. Yoga no es hacer posturas imposibles. La práctica se traduce en gestionar mejor una situación estresante, en dormir mejor, «en ver cómo el cuerpo cede, en descansar más o tener mayor nivel de consciencia a lo largo del día», continúa Carro.  

Segunda clase

Martes y segunda sesión. Eran las siete de la tarde y creía saber a lo que me enfrentaba. No fue así. «Esta semana haremos una clase de estilo Sivananda. Es de los linajes más tradicionales que hay. La sesión se abre con un canto de mantras, pasamos a los ejercicios de respiración y después al saludo al sol y una tabla de asanas, de doce posturas», explica Carro. Allá vamos. 

La respiración fue activante. Consistía en controlar mis inhalaciones y exhalaciones siguiendo una cadencia. Cogía aire y lo soltaba muy rápido. La sesión iba a ser más intensa que la anterior y con la respiración me iba preparando para ello. Sin moverme de mi bloque de corcho, y solo respirando, las pulsaciones empezaron a subir. Me resultó tan curioso que desde entonces lo he puesto en práctica antes de algunas sesiones de running. Puede que sea algo mental, pero a mí me ayuda. 

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Como Carro anticipó, la parte dinámica de la clase empezó con varios saludos al sol. Proceso a explicaros la secuencia aunque pido disculpas por adelantado por si algo se queda en lo superficial. Junto manos, llevo los brazos arriba, flexiono la columna, me doblo sobre mis piernas y toco el suelo con las manos (bueno, lo intento). Pierna derecha atrás, pierna izquierda atrás, me quedo sobre una plancha. Apoyo rodillas, brazos firmes y bajo el pecho y la barbilla hasta que toquen el suelo. Me deslizo hacia adelante y levanto el pecho hasta una postura de la cobra. Levanto caderas y voy hacia la postura de perro boca abajo. Pierna derecha adelante, pierna izquierda adelante. Me doblo sobre mis piernas y me levanto vértebra a vértebra. ¿Les pareció difícil? Pues vuelta a empezar con la pierna contraria. 

Después vinieron las aperturas laterales. Rotar la espalda hacia un lado y otro me sentó bien. Es más, pienso que este tipo de posturas son uno de los motivos principales para venir a yoga. Hacer estiramientos que, seguro, nadie hace en su casa. «No somos simétricos, por eso, buscar la alineación perfecta en cada postura es inútil», dice Mabel en referencia a los movimientos unilaterales. «La gente tiene un lado dominante y otro que lo es menos. Esto nos sirve para ser conscientes de que uno puede ser más fuerte y otro más débil o menos elástico», detalla. También a nivel postural. «Si una persona está en una oficina, durante ocho horas, mirando hacia el lado derecho proque es dónde está su pantalla. Siempre va a estar girando la cabeza hacia ese lado y puede acabar desarrollando una postura concreta con el hombre izquierdo adelantado. Por eso, trabajar un lado y después el otro puede ayudarnos a encontrar ese equilibrio», precisa Mabel Carro. 

Para cuando había pasado una media hora de clase, ya estaba sudando. Ojo, no digo que la práctica fuese la más intensa del mundo, sino que por la exigencia de las asanas, a mí me llegó y me sobró. Es díficil recordar ejercicio a ejercicio, así que mencionaré el que peor hice: la vela. Les digo sin miramientos que parecía un payaso. En teoría, e insisto en la parte de “en teoría”, el peso debe quedar sobre los hombros, mientras que las piernas miran rectas hacia arriba. Después, el ejercicio evoluciona hasta dejar caer las piernas por encima de la cabeza, de forma que las rodillas toquen el suelo. Hice un tercio de lo que la profesora mandaba. Ojo, por algo se empieza, pero mi postura quedaba lejos de cómo se veía en mis compañeros. Carro, con mucha calma, me decía: «Así está bien, no te preocupes». Pues menos mal, porque si hubiese querido, no habría podido. 

German Barreiros

La parte física se llevó el protagonismo en esta sesión. Ahora bien, la profesora no dejó pasar la oportunidad de meditar. La sección de la regulación se basó en la escucha activa de una canción y terminó con un canto de mantras. Más ancha que pancha me uní, ahora bien, no puedo pronunciar más allá de dos o tres sílabas. 

El saludo al sol

Sea el tipo de yoga que sea, siempre parece haber un saludo. O al sol o a la luna. Y, a pesar de ser uno de los ejercicios que más se practican, no es tradicional. «Mucha gente se acerca a la disciplina a través del cuerpo y esa parte dinámica que ofrece les ayuda mucho a conectar. Son muchos movimientos a la vez, requiere de mucha coordinación y es efectivo para cortar con el día», explica la profesora. Es una postura que se considera basal: «Moviendo tu columna en extensión, flexión, rotación y lateralización ya tienes un calentamiento o entrenamiento para la salud óptima de esta estructura porque haces todos los movimientos que tu espalda puede», indica. Y a partir de ahí, es cuestión de sumar: «Empezamos a combinar con trabajo de fuerza en brazos, de equilibrio, de fuerza en las piernas o mezclas una lateralización con una torsión», explica. 

Tercera clase

Tercer día y toca Yin Yoga. «Es un estilo más moderno que mezcla meditación con posturas sostenidas durante mucho más tiempo para conseguir la elasticidad de los tejidos que están más cerca del hueso como los tendones, los ligamentos y la fascia», cuenta Mabel Carro. Se basa en la medicina tradicional china. «Por ser primavera, trabajamos con el meridiano del hígado y la vesícula biliar», detalla Carro.

German Barreiros

Uno de los objetivos que me marqué para este reto era mejorar mis niveles de flexibilidad y movilidad. Así que, dedicar una práctica entera a estirar me parece un planazo. Lejos de lo que pensaba, no resultó tarea sencilla. Más bien, todo lo contrario. La clase comienza con aperturas de caderas. Noto cómo se abre, cómo se estira, toda mi zona pélvica. La teoría dice que este tipo de ejercicios ayudan a aliviar la tensión de la espalda, a mejorar la circulación en la zona lumbar o a estirar los músculos acortados. Si bien puede ser que todo esto ocurra, lo que mejor percibí de manera muy resumida fue una cierta sensación de alivio. En mi caso, la cadera y los músculos que la rodean suelen pasar varias horas al día sentados. No solo esto, sino que, con todas las sesiones de carrera a la semana, noto que esa zona se resiente un poco más. Con las aperturas, y a medida que respiraba cada posición, percibía como se iba soltando, como dejaba de estar agarrotada.

Precisamente, si la respiración en el Yoga es una de las bases, en esta clase fue el núcleo conductor. Cada estiramiento se mantenía de cuatro a seis minutos y mientras tanto, debías meditar, sin sonidos que te acompañen, dejándote guiar por el ruido que haya en el ambiente. Que si una cisterna de otro piso, la respiración de tu compañera o un coche en la calle. La respiración, por su parte, te conduce más allá, inhalas y al soltar el aire, empujas la postura un poco más. Así es, en definitiva, la forma de mejorar la flexibilidad. La exigencia la marca cada persona: «Hay tantas posturas como la persona haga», dice la profesora. No se trata de buscar el clásico dolor que se produce al estirar, sino la comodidad de estar minutos y minutos haciendo lo mismo. No exagero si les digo que la clase fue un visto y no visto. 90 minutos que parecieron cinco. 

Las dos caras de una moneda: yin y yang

Yin y yang, los dos conceptos del taoísmo que dependen del signficado que cada persona les otorque. «No existe uno sin el otro. Salir a correr es más yang que caminar, pero caminar también es más yang que quedarse en cama», aclara la tutora. El yin siempre será esa contrapartida más suave, «y está muy relacionado con el frío, lo oscuro y lo lunar». Mientras que el yang es la fuerza, el dinamismo, el calor o lo solar», precisa. Así no tiene un significado único, sino una relación con su opuesto.

Cuarta clase

Cuarta y última clase. Completo las fases lunares y pruebo un estilo de yoga más Yin que la semana pasada, con mucho trabajo unilateral y fuerza en las piernas. La luna era creciente y la sesión fue la más dinámica de toda la prueba. «Se trata de un tipo de yoga un poco más flow», aclara Mabel. 

Del calentamiento pasamos al saludo del sol, «con el que le damos una respiración a cada postura», detalla la profesora. Me muevo abriendo cojo aire, me muevo cerrando suelto aire. Me voy hacia otro movimiento cojo aire, y me muevo, voy al siguiente y lo suelto. En resumen, fluyo. Me atrevo a entrecerrar los ojos y dejarme llevar. Los mantengo así unos minutos pero entre asana y asana, me pierdo y vuelvo a abrirlos. Esto es como aprender una canción e inventarte la letra. No hay juicio ni risas, cada alumno va hasta dónde puede, quiere y sabe. La clase tiene un poco más de luz que de costumbre. 

La postura del árbol
La postura del árbol German Barreiros

Repetimos el saludo al sol varias veces con una pierna y con la otra para pasar hacia una tabla de asanas. Postura del guerrero, una plancha literal, la vela (en la que por cierto, ya me extiendo más), la de la Pirámide o el Puente. Respiro cada posición y profundizo más y más. Percibo que mi lado derecho es más receptivo que el izquierdo, el cual está más agarrotado. Trabajo el equilibrio, la flexibilidad y voy notando mejoría en comparación al principio. Ya no soy ese palo que era. Entro en cada postura y observo cómo me siento sin necesidad de que sea la profesora quién indique qué es lo que debemos hacer. Progresar también es esto. 

Vamos a la meditación y le dedicamos diez minutos a la postura Savasana (el cadáver) y, para terminar, realizamos un ejercicio de introspección propio del budismo tibetano. Con una pura intención meditativa, imitamos las características de animales como la tortuga, la marmota, el conejo y el niño. 

¿Qué he aprendido? 

Vaya por delante que me quedaría más tiempo, pero todo llega a su fin. Un mes de yoga me puso, como se suele decir, el caramelito en la boca. Descubrí una displicina muy agradecida, no tanto por las acrobacias que haya podido hacer (que ya les digo que ninguna), sino por el beneficio que ofrece. Mejoré en cuestión de meditación. Mientras que en la primera clase el mindfulness me resultó caótico y difícil de mantener, en la última mi mente entraba sola a medida que avanzábamos en las posturas. Buen avance. Cada día de práctica, dormí largo y tendido. Aprendí a jugar con mi respiración. Más allá de poner en practica la activante antes de correr, en plena carrera también imito los patrones de inhalaciones profundas; además, en aquellos momentos en los que me enocntré estresada de más, me paré a observarme. ¿Cómo respiraba?, ¿empeoraba mi nerviosismo? Traté de controlarlo y, al menos, llegué a la calma. Con esto no quiero decir que me haya salido de forma automática (pues requeriría más tiempo de práctica), sino que al ponerle intención, mi estado mejoró. Mi flexibilidad fue a más, no solo a lo largo del mes, sino en la propia clase. Como explicó la profesora, profundizar cada movimiento permite llevarlo más allá.

German Barreiros

Y, por último, la práctica en sí. No me siento, para nada, una experta en yoga. Ni siquiera, una alumna aventajada; ahora bien, puestos a comparar, la técnica se fue perfeccionando. Pasé de no cerrar los ojos, a saber fluir; coloqué mejor mis brazos cuando fue necesario y aprendí a sentir el peso sobre mis extremidades. Nada desdeñable si tenemos en cuenta la importancia de los puntos de apoyo en esta disciplina. Fue un mes de esfuerzo, de salir un poco de mi costumbre y de quedarme con ganas de más. 

Lucía Cancela
Lucía Cancela
Lucía Cancela

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.

Graduada en Periodismo y CAV. Me especialicé en nuevos formatos en el MPXA. Antes, pasé por Sociedad y después, por la delegación de A Coruña de La Voz de Galicia. Ahora, como redactora en La Voz de la Salud, es momento de contar y seguir aprendiendo sobre ciencia y salud.